Página 385 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La roca herida
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de Dios. La primera generación había sido condenada a perecer en
el desierto a causa de su incredulidad; pero se veía el mismo espíritu
en sus hijos. ¿Dejarían estos también de recibir la promesa?
Cansados y desalentados, Moisés y Aarón no habían hecho es-
fuerzo alguno para detener la corriente del sentimiento popular. Si
ellos mismos hubieran manifestado una fe firme en Dios, habrían
podido presentar el asunto al pueblo en forma tal que lo hubiera ca-
pacitado para soportar esta prueba. Por el ejercicio rápido y decisivo
de la autoridad que se les había otorgado como magistrados, habrían
sofocado la murmuración. Era su deber hacer todo lo que estuviera
a su alcance por crear un estado mejor de cosas entre el pueblo antes
de pedir a Dios que hiciera la obra por ellos. Si en Cades se hubiera
evitado a tiempo la murmuración, ¡cuántos males subsiguientes se
habrían evitado!
Por su acto temerario Moisés restó fuerza a la lección que Dios
se proponía enseñar. Siendo la roca un símbolo de Cristo, había
sido herida una vez, como Cristo había de ser ofrecido una vez. La
segunda vez bastaba hablar a la roca, así como ahora solo tenemos
que pedir las bendiciones en el nombre de Jesús. Al herir la roca por
segunda vez, se destruyó el significado de esta bella figura de Cristo.
Más aún, Moisés y Aarón se habían arrogado un poder que so-
lamente pertenece a Dios. La necesidad de que Dios interviniera
daba gran solemnidad a la ocasión, y los jefes de Israel debieron
haberse valido de ella para inculcar en la gente reverencia hacia
Dios y fortalecer su fe en el poder y la bondad de Dios. Cuando
exclamaron airadamente: “¿Haremos salir aguas de esta peña?” se
pusieron en lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos mis-
mos, seres sujetos a las debilidades y pasiones humanas. Abrumado
por la continua murmuración y rebelión del pueblo, Moisés perdió
de vista a su Ayudador Omnipotente, y sin la fuerza divina se le dejó
manchar su foja de servicios por una manifestación de debilidad
humana. El hombre que hubiera podido conservarse puro, firme y
desinteresado hasta el final de su obra, fue vencido por último. Dios
quedó deshonrado ante la congregación de Israel, cuando debió ser
engrandecido y ensalzado.
En esta ocasión, Dios no dictó juicios contra los impíos cuyo
procedimiento inicuo había provocado tanta ira en Moisés y Aarón.
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Toda la reprensión cayó sobre los dos jefes. Los que representaban