Página 384 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de sementera, de higueras, de viñas ni de granados, ni aun de agua
para beber”.
Los jefes fueron a la puerta del tabernáculo, y se postraron.
Nuevamente “la gloria de Jehová se les apareció sobre ellos”, y
Moisés recibió la orden: “Toma la vara y reúne a la congregación, tú
con tu hermano Aarón, y hablad a la peña a la vista de ellos. Ella
dará su agua; así sacarás para ellos aguas de la peña”.
Los dos hermanos se presentaron ante el pueblo, llevando Moisés
la vara de Dios en la mano. Ambos eran ya hombres muy ancianos.
Habían sobrellevado mucho tiempo la rebelión y la testarudez de
Israel; pero ahora por último aun la paciencia de Moisés se agotó.
“¡Oíd ahora, rebeldes! -exclamó-: “¿Haremos salir aguas de esta
peña para vosotros?”” Y en vez de hablar a la roca, como Dios le
había mandado, la hirió dos veces con la vara.
El agua brotó en abundancia para satisfacer a la nación. Pero se
había cometido un gran agravio. Moisés había hablado, movido por
la irritación; sus palabras expresaban la pasión humana más bien
que una santa indignación porque Dios había sido deshonrado. “Oíd
ahora, rebeldes”, había dicho. La acusación era veraz, pero ni aun la
verdad debe decirse apasionada o impacientemente. Cuando Dios le
había mandado a Moisés que acusara a los israelitas de rebelión, las
palabras habían sido dolorosas para él y difíciles de soportar para
ellos; sin embargo, Dios lo había sostenido a él para dar el mensaje.
Pero cuando se arrogó la responsabilidad de acusarlos, contristó al
Espíritu de Dios y le hizo daño al pueblo. Evidenció su falta de
paciencia y de dominio propio. Así dio al pueblo oportunidad de
dudar de que sus procedimientos anteriores hubieran sido dirigidos
por Dios, y de excusar sus propios pecados. Tanto Moisés como
los hijos de Israel habían ofendido a Dios. Su conducta, dijeron
ellos, había merecido desde un principio crítica y censura. Ahora
habían encontrado el pretexto que deseaban para rechazar todas las
reprensiones que Dios les había mandado por medio de su siervo.
Moisés demostró que desconfiaba de Dios. “¿Haremos salir
aguas de esta peña?” preguntó él, como si el Señor no fuera a cum-
plir lo que había prometido. “No creísteis en mí, para santificarme
delante de los hijos de Israel”, dijo el Señor a los dos hermanos.
Cuando el agua dejó de fluir y al oír las murmuraciones y la rebelión
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del pueblo, vaciló la fe de ambos en el cumplimiento de las promesas