Página 397 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El viaje alrededor de Edom
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cosas mejores. Debieron haber llenado su corazón de gratitud hacia
él porque les había infligido tan ligero castigo por su pecado. En
vez de hacerlo, se jactaron diciendo que si Dios y Moisés no hubie-
sen intervenido, ahora estarían en posesión de la tierra prometida.
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Después de acarrearse dificultades que les hicieron la suerte mucho
más difícil de lo que Dios se había propuesto, lo culparon a él de
todas sus desgracias. Sintieron amargura con respecto al trato de
Dios con ellos, y por último, sintieron descontento por todo. Egipto
les parecía más halagüeño y deseable que la libertad y la tierra a la
cual Dios les conducía.
Cuando los israelitas daban rienda suelta a su espíritu de des-
contento, llegaban hasta encontrar faltas en las mismas bendiciones
que recibían: “Y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés:
“¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este
desierto? Pues no hay pan ni agua, y estamos cansados de este pan
tan liviano””.
Números 21:5
.
Moisés indicó fielmente al pueblo la magnitud de su pecado. Era
únicamente el poder de Dios lo que les había conservado la vida en
el “desierto grande y espantoso, lleno de serpientes venenosas y de
escorpiones; que en una tierra de sed y sin agua”.
Deuteronomio
8:15
. Cada día de su peregrinación habían sido guardados por un
milagro de la divina misericordia. En toda la ruta en que Dios los
había conducido, habían encontrado agua para los sedientos, pan del
cielo que les mitigara el hambre, y paz y seguridad bajo la sombra
de la nube de día y el resplandor de la columna de fuego de noche.
Los ángeles les habían asistido mientras subían las alturas rocosas
o transitaban por los ásperos senderos del desierto. No obstante las
penurias que habían soportado, no había una sola persona enferma
en todas sus filas. Los pies no se les habían hinchado en sus largos
viajes, ni sus ropas habían envejecido. Dios había subyugado y
dominado ante su paso las fieras y los reptiles venenosos del bosque
y del desierto. Si a pesar de todos estos notables indicios de su
amor el pueblo continuaba quejándose, el Señor iba a retirarle su
protección hasta cuando llegara a apreciar su misericordioso cuidado
y se volviera hacia él, arrepentido y humillado.
Porque había estado escudado por el poder divino, Israel no se
había dado cuenta de los innumerables peligros que lo habían rodea-
do continuamente. En su ingratitud e incredulidad había declarado