Página 438 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
lemnemente a Josué. La obra de Moisés como jefe de Israel había
terminado. Y a pesar de esto, se olvidó de sí mismo en su interés
por su pueblo. En presencia de la multitud congregada, Moisés, en
nombre de Dios, dirigió a su sucesor estas palabras de aliento santo:
“¡Esfuérzate y anímate!, pues tú introducirás a los hijos de Israel
en la tierra que les juré, y yo estaré contigo”.
Deuteronomio 31:23
.
Luego miró a los ancianos y príncipes del pueblo, y les encargó
solemnemente que recibieran fielmente las instrucciones de Dios
que él les había comunicado.
Mientras el pueblo miraba a aquel anciano, que tan pronto le sería
quitado, recordó con nuevo y profundo aprecio su ternura paternal,
sus sabios consejos y sus labores incansables. ¡Cuán a menudo,
cuando sus pecados habían merecido los justos castigos de Dios, las
oraciones de Moisés habían intercedido para salvarlos! La tristeza
que sentían era intensificada por el remordimiento. Recordaban con
amargura que su propia iniquidad había inducido a Moisés al pecado
por el cual tenía que morir.
La remoción de su amado jefe iba a ser para Israel un castigo
mucho más severo que cualquier otro que pudieran haber recibido
sobreviviendo él y continuando su misión. Dios quería hacerles
sentir que no debían hacer la vida de su futuro jefe tan difícil como
se la habían hecho a Moisés. Dios habla a su pueblo mediante las
bendiciones que le otorga, y cuando estas no son apreciadas, le habla
suprimiendo las bendiciones, para inducirlo a ver sus pecados, y a
volverse hacia él de todo corazón.
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Aquel mismo día Moisés recibió la siguiente orden: “Sube [...] al
monte Nebo, [...] y mira la tierra de Canaán que yo doy por heredad a
los hijos de Israel. Muere allí en el monte al cual subes, y te reunirás
a tu pueblo”.
Deuteronomio 32:49, 50
. A menudo había abandonado
Moisés el campamento, en acatamiento de las órdenes divinas, con
el objeto de tener comunión con Dios; pero ahora había de partir en
una nueva y misteriosa misión. Tenía que salir y entregar su vida en
las manos de su Creador. Moisés sabía que moriría solo; a ningún
amigo terrenal se le permitiría apoyarlo en sus últimas horas. La
escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso que
le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en separarse
del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba, el pueblo
con el cual había identificado todo su interés durante tanto tiempo.