Página 439 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La muerte de Moisés
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Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe incondicional se
encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la misericordia de
Dios.
Por última vez, Moisés se presentó en la asamblea de su pueblo.
Una vez más el Espíritu de Dios vino sobre él, y en el lenguaje más
sublime y conmovedor pronunció una bienaventuranza sobre cada
una de las tribus, concluyendo con una bendición general:
“No hay como el Dios de Jesurún,
quien cabalga sobre los cielos para tu ayuda,
y sobre las nubes con su grandeza.
El eterno Dios es tu refugio
y sus brazos eternos son tu apoyo.
Él echó al enemigo delante de ti,
y dijo: “¡Destruye!”.
Israel habitará confiado,
la fuente de Jacob habitará sola en tierra
de grano y de vino; hasta sus cielos destilarán rocío.
¡Bienaventurado tú, Israel!
¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová?
Él es tu escudo protector, la espada de tu triunfo.
Así que tus enemigos serán humillados,
y tú pisotearás sus lugares altos”.
Deuteronomio 33:26-29
.
Moisés se apartó de la congregación, y se encaminó silencioso y
solitario hacia la ladera del monte para subir “al monte de Nebo, a
la cumbre de Pisga”.
Deuteronomio 34:1
. De pie en aquella cumbre
solitaria, contempló con ojos claros y penetrantes el panorama que se
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extendía ante él. Allá a lo lejos, al occidente, se extendían las aguas
azules del Mar Grande; al norte, el Monte Hermón se destacaba
contra el cielo; al este, estaba la planicie de Moab, y más allá se
extendía Basán, escenario del triunfo de Israel; y muy lejos hacia el
sur, se veía el desierto de sus largas peregrinaciones.
En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y penurias
de su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de
su posible reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo
escogido de Dios. Recordó aquellos largos años que pasó en el
desierto cuidando los rebaños de Jetro; la aparición del Ángel en