Página 444 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
y bienaventurados hallan una patria eterna. Con gozo indecible,
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Moisés mira la escena, el cumplimiento de una liberación aun más
gloriosa que cuanto hayan imaginado sus esperanzas más halagüe-
ñas. Habiendo terminado para siempre su peregrinación, el Israel de
Dios entró por fin en la buena tierra.
Otra vez se desvaneció la visión, y los ojos de Moisés se enfo-
caron sobre la tierra de Canaán tal como se extendía a la distancia.
Luego, como un guerrero cansado, se acostó para reposar. “Allí mu-
rió Moisés, siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho
de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de
Bet-peor, y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy”.
Deu-
teronomio 34:5, 6
. Muchos de los que no habían querido obedecer
los consejos de Moisés mientras él estaba con ellos, habrían estado
en peligro de cometer idolatría con respecto a su cuerpo muerto, si
hubieran sabido donde estaba sepultado. Por este motivo quedó ese
sitio oculto para los hombres. Pero los ángeles de Dios enterraron el
cuerpo de su siervo fiel, y vigilaron la tumba solitaria.
“Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés, a quien
Jehová conoció cara a cara; nadie como él por todas las señales y
prodigios que Jehová le envió a hacer [...], y por el gran poder y
los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo
Israel”.
Vers. 10-12
.
Si la vida de Moisés no se hubiera manchado con aquel único
pecado que cometió al no dar a Dios la gloria de sacar agua de la
roca en Cades, él habría entrado en la tierra prometida y habría sido
trasladado al cielo sin ver la muerte. Pero no permaneció mucho
tiempo en la tumba. Cristo mismo, acompañado de los ángeles
que enterraron a Moisés, descendió del cielo para llamar al santo
que dormía. Satanás se había regocijado por el éxito que obtuvo al
inducir a Moisés a pecar contra Dios y a caer así bajo el dominio
de la muerte. El gran adversario sostenía que la sentencia divina:
“Polvo eres, y al polvo volverás” (
Génesis 3:19
), le daba posesión
de los muertos. Nunca había sido quebrantado el poder de la tumba,
y él reclamaba a todos los que estaban en ella como cautivos suyos
que nunca serían liberados de su lóbrega prisión.
Por primera vez Cristo iba a dar vida a uno de los muertos.
Cuando el Príncipe de la vida y los ángeles resplandecientes se
aproximaron a la tumba, Satanás temió perder su hegemonía. Con