Página 453 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Capítulo 45—La caída de Jericó
Este capítulo está basado en Josué 5 a 6.
Los hebreos habían entrado en la tierra de Canaán, pero no la
habían subyugado; y a juzgar por las apariencias humanas, habría de
ser larga y difícil la lucha para apoderarse de la tierra. La habitaba
una raza poderosa, dispuesta a oponerse a la invasión de su territorio.
Estas tribus estaban unidas por su temor a un peligro común. Sus
caballos y sus carros de guerra construidos de hierro, su conocimien-
to del terreno y su preparación bélica les daban una gran ventaja.
Además, la tierra estaba resguardada por fortalezas, por “ciudades
grandes y amuralladas hasta el cielo”.
Deuteronomio 9:1
. Únicamen-
te con la garantía de una fuerza que no era la suya, podían alentar
los israelitas la esperanza de obtener éxito en el conflicto inminente.
Una de las mayores fortalezas de la tierra, la grande y rica ciudad
de Jericó, se hallaba frente a ellos, a poca distancia de su campa-
mento de Gilgal. Situada en la margen de una llanura fértil en la que
abundaban los ricos y diversos productos de los trópicos, esta ciudad
orgullosa, cuyos palacios y templos eran morada del lujo y del vicio,
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desafiaba al Dios de Israel desde sus macizos baluartes. Jericó era
una de las sedes principales de la idolatría, y se dedicaba especial-
mente al culto de Astarté, diosa de la luna. Allí se concentraban los
ritos más viles y degradantes de la religión de los cananeos. El pue-
blo de Israel que tenía aun fresco el recuerdo de las consecuencias
terribles del pecado que cometiera en Bet-peor, no podía contemplar
esta ciudad pagana sino con repugnancia y horror.
Josué veía que la toma de Jericó debía ser el primer paso en
la conquista de Canaán. Pero ante todo buscó una garantía de la
dirección divina; y ella le fue concedida. Se retiró del campamento
para meditar y pedir en oración que el Dios de Israel fuera delante
de su pueblo, vio a un guerrero armado, de alta estatura y aspecto
imponente, “el cual tenía una espada desnuda en su mano”. A la
pregunta desafiante de Josué: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros
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