Página 454 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
enemigos?”, contestó: “sino que he venido como Príncipe del ejército
de Jehová”. Véase
Josué 5-7
. La misma orden que se había dado
a Moisés en Horeb: “Quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar
en que estás, es santo” reveló el carácter verdadero del misterioso
forastero. Era Cristo, el Sublime, quien estaba delante del jefe de
Israel. Dominado por santo temor, Josué cayó sobre su rostro, adoró,
y tras oír la promesa: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y
a su rey, con sus varones de guerra”, recibió instrucciones respecto
a la toma de la ciudad.
En obediencia al mandamiento divino, Josué reunió los ejércitos
de Israel. No debían emprender asalto alguno. Solo debían marchar
alrededor de la ciudad, llevando el arca de Dios y tocando las trom-
petas. En primer lugar, venían los guerreros, o sea un cuerpo de
varones escogidos, no para vencer con su propia capcidad y valentía,
sino por obediencia a las instrucciones dadas por Dios. Seguían siete
sacerdotes con trompetas. Luego el arca de Dios, rodeada de una
aureola de gloria divina, era llevada por sacerdotes ataviados con
las vestiduras de su santo cargo. Seguía el ejército de Israel, con
cada tribu bajo su estandarte. Esta era la procesión que rodeaba la
ciudad condenada. No se oía otro sonido que el de los pasos de
aquella hueste numerosa, y el solemne tañido de las trompetas que
repercutía entre las colinas y resonaba por las calles de Jericó. Una
vez dada la vuelta, el ejército volvía silenciosamente a sus tiendas, y
el arca se colocaba nuevamente en su sitio en el tabernáculo.
Con asombro y alarma, los centinelas de la ciudad observaban
cada movimiento, y lo referían a las autoridades. No comprendían
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el significado de todo este despliegue; pero al ver a aquella hueste
numerosa marchar cada día alrededor de su ciudad, con el arca
santa y los sacerdotes que la acompañaban, el misterio de la escena
infundió terror en el corazón tanto de los sacerdotes como del pueblo.
Volvieron a inspeccionar sus fuertes defensas, seguros de que podrían
resistir con éxito el ataque más vigoroso. Muchos se burlaban de
la idea de que estas demostraciones singulares pudieran hacerles
daño. Otros eran presa del miedo al ver la procesión que cada día
cercaba la ciudad. Recordaban que una vez las aguas del Mar Rojo
se habían dividido ante este pueblo, y que acababa de abrírseles el
paso a través del Jordán. No sabían qué otros milagros podría hacer
Dios por ellos.