Página 461 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La caída de Jericó
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La codicia es un mal que se desarrolla gradualmente. Acán
albergó avaricia en su corazón hasta que ella se hizo un hábito
en él y lo ató con cadenas casi imposibles de romper. Aunque
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fomentaba este mal, le habría horrorizado el pensamiento de que
pudiera acarrear un desastre para Israel; pero el pecado embotó su
percepción, y cuando le sobrevino la tentación cayó fácilmente.
¿No se cometen aun hoy pecados semejantes a ese, y frente a
advertencias tan solemnes y explícitas como las dirigidas a los israe-
litas? Se nos prohibe tan expresamente albergar la codicia como se
le prohibió a Acán que tomara despojos en Jericó. Dios declara que
la codicia o avaricia es idolatría. Se nos amonesta: “No podéis servir
a Dios y a las riquezas”. “Mirad, y guardaos de toda avaricia”. “Ni
aun se nombre entre vosotros”.
Colosenses 3:5
;
Mateo 6:24
;
Lucas
12:15
;
Efesios 5:3
. Tenemos ante nosotros la terrible suerte que
corrieron Acán, Judas, Ananías y Safira. Y aun antes de estos casos
tenemos el de Lucifer, aquel “hijo de la mañana” que, codiciando
una posición más elevada, perdió para siempre el resplandor y la
felicidad del cielo. Y no obstante, a pesar de todas estas advertencias,
la codicia reina por todas partes.
Por todo lugar se ve su viscosa huella. Crea descontento y disen-
sión en las familias; despierta en los pobres envidia y odio contra los
ricos; e induce a estos a tratar cruelmente a los pobres. Es un mal
que existe no solo en las esferas seglares del mundo, sino también en
la iglesia. ¡Cuán común es encontrar entre sus miembros egoísmo,
avaricia, ambición, descuido de la caridad y retención de los “diez-
mos y las primicias”! Entre los miembros de la iglesia que gozan
del respeto y la consideración de los demás hay, desgraciadamente,
muchos Acanes. Más de un hombre asiste ostentosamente al culto
y se sienta a la mesa del Señor, mientras que entre sus bienes se
ocultan ganancias ilícitas, cosas que Dios maldijo. A cambio de
un buen manto babilónico, muchos sacrifican la aprobación de la
conciencia y su esperanza del cielo. Muchos cambian su integridad
y su capacidad para ser útiles, por un saco de monedas de plata.
Los clamores de los pobres que sufren son desoídos; se le ponen
obstáculos a la luz del evangelio; existen prácticas que provocan el
desprecio de los mundanos y desmienten la profesión cristiana; y sin
embargo, el codicioso continúa amontonando tesoros. “¿Robará el