Página 463 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La caída de Jericó
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sentido contrición, ni cambiado de propósito, ni aborrecía lo malo.
Así también formularán sus confesiones los culpables cuando estén
delante del tribunal de Dios, después que cada caso haya sido deci-
dido para la vida o para la muerte. Las consecuencias que incumban
a cada pecador le arrancarán un reconocimiento de su pecado. Lo
impondrá a su alma el espantoso sentido de condenación y la ho-
rrenda expectativa del juicio. Pero las tales confesiones no pueden
salvar al pecador.
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Como Acán, muchos se sienten seguros mientras pueden ocultar
sus transgresiones a sus semejantes, y se lisonjean de que Dios no
es tan estricto que note la iniquidad. Demasiado tarde, sus pecados
los denunciarán en aquel día cuando ya no podrán ser expiados con
sacrificio ni ofrenda. Cuando se abran los registros del cielo, el Juez
no declarará con palabras su culpa a los hombres, sino que le bastará
con lanzar una mirada penetrante, que evocará vívidamente toda
acción y toda transacción de la vida, en la memoria del obrador de
iniquidad. La persona no tendrá que ser buscada por su tribu y luego
su familia, como en tiempo de Josué, sino que sus propios labios
confesarán su vergüenza. Los pecados ocultos al conocimiento de
los hombres serán entonces proclamados al mundo entero.
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