Página 464 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Capítulo 46—Las bendiciones y las maldiciones
Este capítulo está basado en Josué 8.
Una vez ejecutada la sentencia dictada contra Acán, Josué re-
cibió la orden de convocar a todos los guerreros, y nuevamente
avanzar contra Hai. El poder de Dios estaba con su pueblo, y pronto
estuvieron en posesión de la ciudad.
Se suspendieron entonces las operaciones militares, para que
todo Israel participara en un servicio religioso solemne. El pueblo
anhelaba establecerse en Canaán; aun no tenían casas ni tierras para
sus familiares, y para lograrlas tenían que desalojar a los cananeos;
pero esta obra importante debía postergarse, pues un deber superior
exigía su atención inmediata.
Antes de tomar posesión de su herencia, debían renovar su pacto
de lealtad con Dios. En las últimas instrucciones dadas a Moisés, se
ordenó dos veces que se realizara una convocación de todas las tribus
en los montes de Ebal y Gerizim para reconocer solemnemente la
ley de Dios. En acatamiento de estas órdenes, todos los de la congre-
gación, no solamente los hombres, sino también las “mujeres, niños,
y extranjeros que andaban entre ellos” (
Josué 8:30-35
), dejaron su
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campamento de Gilgal, y atravesaron la tierra de sus enemigos hasta
el valle de Siquem, casi al centro del país. Aunque rodeados de
enemigos no vencidos todavía, estarían seguros bajo la protección
de Dios siempre que le fueran fieles. Entonces, como en los días de
Jacob, “el terror de Dios cayó sobre las ciudades de sus alrededores”
(
Génesis 35:5
), y los hebreos no fueron molestados.
El sitio designado para este solemne servicio les era ya sagrado
por su relación con la historia de sus padres. Allí había levantado
Abraham su primer altar a Jehová en la tierra de Canaán. Allí ha-
bían establecido sus tiendas tanto Abraham como Jacob. Allí había
comprado este último el campo en el cual las tribus habían de dar
sepultura al cuerpo de José. Allí también estaba el pozo que Jacob
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