La repartición de Canaán
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durante varios años, pero cuando terminó Josué se había adueñado
de Canaán. “Y la tierra descansó de guerra”.
Pero a pesar de que había sido quebrantado el poderío de los
cananeos, estos no fueron completamente despojados. Hacia el oeste
los filisteos seguían poseyendo una llanura fértil a lo largo de la costa,
mientras que al norte de ellos estaba el territorio de los sidonios.
Estos tenían también el Líbano; y por el sur, hacia Egipto, la tierra
seguía ocupada por los enemigos de Israel.
Sin embargo, Josué no debía de continuar la guerra. Había otra
obra que el gran jefe debía hacer antes de dejar el mando de Israel.
Toda la tierra, tanto las partes ya conquistadas como las aun no
subyugadas, tenía que repartirse entre las tribus. Y a cada tribu le
tocaba subyugar completamente su propia heredad. Con tal que el
pueblo fuera fiel a Dios, él expulsaría a sus enemigos de delante
de ellos; y prometió darles posesiones todavía mayores si tan solo
eran fieles a su pacto. La distribución de la tierra fue encomendada a
Josué, a Eleazar, sumo sacerdote, y a los jefes de las tribus, para fijar
por suertes la situación de cada tribu. Moisés mismo había fijado las
fronteras del país según se lo había de dividir entre las tribus cuando
entraran en posesión de Canaán, y había designado un príncipe de
cada tribu para que diera atención a la distribución. Por estar la tribu
de Leví dedicada al servicio del santuario, no se la tomó en cuenta
en esta repartición; pero se les asignaron a los levitas cuarenta y
ocho ciudades en diferentes partes del país como su herencia.
Antes de que comenzara la distribución de la tierra, Caleb, acom-
pañado de los jefes de su tribu, presentó una petición especial. Con
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excepción de Josué, era Caleb el hombre más anciano de Israel.
Ambos habían sido entre los espías los únicos que trajeron un buen
informe acerca de la tierra prometida, y animaron al pueblo a que
subiera y la poseyera en nombre del Señor. Caleb le recordó ahora
a Josué la promesa que se le hizo entonces como galardón por su
fidelidad: “Ciertamente la tierra que pisó tu pie será para ti y para tus
hijos como herencia perpetua, por cuanto te mantuviste fiel a Jeho-
vá, mi Dios”.
Josué 14:9
. Por consiguiente solicitó que se le diera
Hebrón como posesión. Allí habían residido muchos años Abraham,
Isaac y Jacob; allí, en la cueva de Macpela, habían sido sepultados.
Hebrón era la capital de los temibles anaceos, cuyo aspecto formida-
ble tanto había amedrentado a los espías y, por su medio, anonadado