Página 513 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Los primeros jueces
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Dios se había retirado de Israel, la oportunidad era propicia. No
solo sufrieron sus estragos las tribus del este del Jordán, sino todo el
país. Los feroces y salvajes habitantes del desierto invadían la tierra
con sus rebaños y manadas, “en grande multitud como langosta”.
Como plaga devoradora se desparramaban por toda la tierra, desde
el río Jordán hasta las llanuras filisteas. Llegaban tan pronto como
las cosechas principiaban a madurar y permanecían allí hasta que
se habían recogido los últimos frutos de la tierra. Despojaban los
campos de su abundancia; saqueaban y maltrataban a los habitantes,
y luego se regresaban a los desiertos.
Los israelitas que vivían en el campo abierto se veían así obliga-
dos a abandonar sus hogares, y a congregarse en pueblos amuralla-
dos, para buscar asilo en las fortalezas y hasta refugiarse en cuevas
y entre los baluartes rocosos de las montañas. Durante siete años
continuó esta opresión, y entonces, como el pueblo en su angustia
prestó oído a los reproches del Señor y confesó sus pecados, Dios
nuevamente suscitó un hombre que le ayudara.
Era Gedeón, hijo de Joas, de la tribu de Manasés. La rama a la
cual pertenecía esta familia no desempeñaba ningún cargo destacado,
pero la casa de Joas se distinguía por su valor y su integridad. Se
dice de sus valientes hijos: “Cada uno semejaba los hijos de un rey”.
Cayeron todos víctimas de las luchas contra los madianitas, menos
uno cuyo nombre llegó a ser temido por los invasores. A Gedeón
llamó, pues, el Señor para libertar a su pueblo. Estaba entonces
ocupado en trillar su trigo. Había ocultado una pequeña cantidad
de cereal, y no atreviéndose a trillarlo en la era ordinaria, había
recurrido a un sitio cercano al lagar, pues como faltaba mucho para
que las uvas estuvieran maduras, los viñedos recibían poca atención.
Mientras Gedeón trabajaba en secreto y en silencio, pensaba con
tristeza en las condiciones de Israel, y consideraba cómo se podría
hacer para sacudir el yugo del opresor de su pueblo.
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De repente “se le apareció el ángel de Jehová” y le dirigió estas
palabras: “Jehová está contigo, hombre esforzado”.
“Ah, señor mío -fue su respuesta-, si Jehová está con nosotros,
¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Dónde están todas esas
maravillas que nuestros padres nos han contado, diciendo: “¿No nos
sacó Jehová de Egipto?”. Y ahora Jehová nos ha desamparado y nos
ha entregado en manos de los madianitas”.