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Historia de los Patriarcas y Profetas
semillas que continuaron produciendo su amargo fruto durante mu-
chas generaciones. Los hábitos sencillos de los hebreos los habían
dotado de buena salud física; pero sus relaciones con los paganos los
indujeron a dar rienda suelta al apetito y las pasiones, lo cual redujo
gradualmente su fuerza física y debilitó sus facultades mentales y
morales. Por sus pecados fueron los israelitas separados de Dios;
su fuerza les fue quitada y no pudieron ya prevalecer contra sus
enemigos. Así fueron sometidos a las mismas naciones que ellos
pudieron haber subyugado con la ayuda de Dios.
“Dejaron a Jehová, el Dios de sus padres, que los había sacado
de la tierra de Egipto”, “y los llevó por el desierto como a un rebaño
[...]. “Lo enojaron con sus lugares altos y lo provocaron a celo con
sus imágenes [...]. Dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, la tienda
en que habitó entre los hombres. Entregó a cautiverio su poderío; su
gloria, en manos del enemigo”.
Jueces 2:12
;
Salmos 78:52, 58, 60,
61
.
No obstante, Dios no abandonó por completo a su pueblo. Siem-
pre hubo un remanente que permanecía fiel a Jehová; y de vez en
cuando el Señor suscitaba hombres fieles y valientes para que des-
truyeran la idolatría y libraran a los israelitas de sus enemigos. Pero
cuando el libertador moría, y el pueblo quedaba libre de su autoridad,
volvía gradualmente a sus ídolos. Y así esa historia de apostasía y
castigo, de confesión y liberación, se repitió una y otra vez.
El rey de Mesopotamia y el de Moab, y después de estos, los
filisteos y los cananeos de Azor, encabezados por Sísara, oprimieron
sucesivamente a Israel. Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac se
destacaron como libertadores de su pueblo. Pero nuevamente “los
hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los
entregó en las manos de Madián”. Véase
Jueces 6-8
. Hasta enton-
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ces la mano del opresor no se había hecho sentir sino ligeramente
sobre las tribus que moraban al este del Jordán, pero en las nuevas
calamidades ellas fueron las primeras que sufrieron.
Los amalecitas que habitaban el sur de Canaán, así como también
los madianitas que moraban allende el límite oriental y en los desier-
tos, seguían siendo enemigos implacables de Israel. Aquella nación
había sido casi destruida por los israelitas en los días de Moisés, pero
desde entonces había aumentado mucho, y se había hecho populosa
y poderosa. Anhelaba vengarse; y ahora que la mano protectora de