Página 515 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Los primeros jueces
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derribó su altar”. Si Baal no había podido defender su propio altar,
¿cómo podía creerse que protegería a sus adoradores?
Todo pensamiento de violencia contra Gedeón quedó olvidado;
y cuando él hizo tocar la trompeta para ir a la guerra, los hombres
de Ofra fueron de los primeros que se congregaron alrededor de su
estandarte. Envió heraldos a su propia tribu de Manasés, y también
a Aser, Zabulón y Neftalí; y todos respondieron a la convocación.
Gedeón no se atrevió a encabezar el ejército sin tener evidencias
adicionales de que Dios le había llamado para esta obra, y de que
estaría con él. Le rogó así: “Si has de salvar a Israel por mi mano,
como has dicho, he aquí que yo pondré un vellón de lana en la era;
si el rocío está sobre el vellón solamente, y queda seca toda la otra
tierra, entonces entenderé que salvarás a Israel por mi mano, como
lo has dicho”. Por la mañana el vellón estaba mojado, en tanto que la
tierra estaba seca. Sintió, sin embargo, una duda, puesto que la lana
absorbe naturalmente la humedad cuando la hay en el aire; la prueba
no era tal vez decisiva. Por consiguiente, rogando que su extrema
cautela no desagradara al Señor, pidió que la señal se invirtiera. Le
fue otorgado lo que pidió.
Así animado, Gedeón sacó sus fuerzas a pelear con los invasores.
“Pero todos los madianitas y amalecitas y los del oriente se juntaron
a una, y cruzando el Jordán acamparon en el valle de Jezreel”. La
hueste que iba al mando de Gedeón no pasaba de treinta y dos
mil hombres; pero mientras estaba el inmenso ejército enemigo
desplegado delante de él, le dirigió el Señor las siguientes palabras:
“Hay mucha gente contigo para que yo entregue a los madianitas
en tus manos, pues Israel puede jactarse contra mí, diciendo: “Mi
mano me ha salvado”. Ahora, pues, haz pregonar esto a oídos del
pueblo: “Quien tema y se estremezca, que madrugue y regrese a su
casa desde el monte de Galaad””. Los que no estaban dispuestos a
arrostrar peligros y penurias, o cuyos intereses mundanos desviaban
su corazón de la obra de Dios, no fortalecían en modo alguno a los
ejércitos de Israel. Su presencia no podía ser sino causa de debilidad.
Se había hecho ley en Israel que antes de que el ejército saliera a
la batalla, hacerle la siguiente proclamación: “Luego hablarán los
oficiales al pueblo, y dirán: “¿Quién ha edificado una casa nueva
y no la ha estrenado? Que se vaya y vuelva a su casa, no sea que
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muera en la batalla y algún otro la estrene. ¿Y quién ha plantado