Página 529 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Sansón
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los campos y viñedos de los filisteos, los indujo a asesinarla, a pesar
de que las amenazas de ellos le habían hecho cometer el engaño que
dio principio a la dificultad. Sansón ya había dado pruebas de su
fuerza maravillosa al matar solo y sin armas un leoncito, y al dar
muerte a treinta de los hombres de Ascalón. Ahora airado por el
bárbaro asesinato de su esposa, atacó a los filisteos “y los hirió [...]
con gran mortandad”. Y entonces, deseando encontrar un refugio
seguro contra sus enemigos, se retiró a “la cueva de la peña de
Etam”, en la tribu de Judá.
Fue perseguido a este sitio por una fuerza importante, y los habi-
tantes de Judá, muy alarmados, convinieron vilmente en entregarlo
a sus enemigos. Por lo tanto, tres mil hombres de Judá subieron
adonde él estaba. Pero aun en número tan desproporcionado, no
se habrían atrevido a aproximársele si no hubieran estado seguros
de que él no haría ningún daño a sus conciudadanos. Sansón les
permitió que lo ataran y lo entregaran a los filisteos; pero primero
exigió a los hombres de Judá que le prometieran no atacarlo, para no
verse él obligado a destruirlos. Les permitió que lo ataran con dos
sogas nuevas, y fue conducido al campamento de sus enemigos en
medio de las demostraciones de gran regocijo que hacían estos. Pero
mientras sus gritos despertaban los ecos de las colinas, “el espíritu
de Jehová vino sobre él”. Hizo pedazos las cuerdas fuertes y nuevas
como si hubieran sido lino quemado en el fuego. Luego, asiendo
la primera arma que halló a mano y que, si bien era tan solo una
quijada de asno, resultó más eficaz que una espada o una lanza, hirió
a los filisteos hasta que huyeron aterrorizados, dejando mil muertos
en el campo.
Si los israelitas hubieran estado dispuestos a unirse con Sansón,
para llevar adelante la victoria, habrían podido librarse entonces del
poder de sus opresores. Pero se habían desalentado y acobardado.
Por pura negligencia habían dejado de hacer la obra que Dios les
había mandado realizar, en cuanto a desposeer a los paganos, y
se habían unido a ellos en sus prácticas degradantes. Toleraban
su crueldad y su injusticia, siempre que no fuera dirigida contra
ellos mismos. Cuando se los colocaba bajo el yugo del opresor se
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sometían mansamente a la degradación que habrían podido eludir
si tan solo hubiesen obedecido a Dios. Aun cuando el Señor les