Página 54 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
seguir su propia voluntad. Como era el mayor, no le parecía propio
que lo amonestara su hermano, y desdeñó su consejo.
Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en
el corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las
ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del
pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente
el plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del
Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de
debilidad. Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en
sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre
con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su
trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para
conseguir la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar,
obedeció al traer una ofrenda; pero rindió una obediencia parcial.
Omitió lo esencial, el reconocimiento de que necesitaba un Salvador.
En relación al nacimiento y a la educación religiosa, estos her-
manos eran iguales. Ambos eran pecadores, y ambos reconocían que
Dios demandaba reverencia y adoración. En su apariencia exterior,
su religión era la misma hasta cierto punto; pero más allá de esto, la
diferencia entre los dos era grande.
“Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que
Caín”.
Hebreos 11:4
. Abel comprendía los grandes principios de la
redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de muerte
se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima
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inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la
ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada contempló
el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al
confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio
de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada.
Caín tuvo la misma oportunidad que Abel para aprender y acep-
tar estas verdades. No fue víctima de un propósito arbitrario. No fue
elegido un hermano para ser aceptado y el otro para ser desecha-
do. Abel eligió la fe y la obediencia; Caín, en cambio, escogió la
incredulidad y la rebelión. Todo dependió de esta elección.
Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en
el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio
indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el
sacrificio de estos no posee la virtud de la intervención divina y, por