Página 552 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
No bastaba que el arca y el santuario estuvieran en medio de
Israel. No bastaba que los sacerdotes ofrecieran sacrificios y que los
del pueblo se llamaran los hijos de Dios. El Señor no escucha las
peticiones de quienes albergan iniquidad en el corazón; está escrito:
“La oración le es abominable al que aparta su oído para no escuchar
la ley”.
Proverbios 28:9
.
Cuando el ejército salió a librar batalla, Elí, ciego y anciano, se
había quedado en Silo. Con presentimientos perturbadores esperaba
el resultado del conflicto; “porque su corazón estaba temblando por
causa del arca de Dios”. Habiendo elegido un sitio fuera de la puerta
del tabernáculo, se quedaba sentado a la vera del camino día tras día,
esperando ansiosamente la llegada de algún mensajero del campo
de batalla.
Por último, un hombre de la tribu de Benjamín que formaba parte
del ejército, llegó subiendo de prisa por el camino que conducía a la
ciudad, “rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza”. Pasó frente al
anciano sentado a la vera del camino sin hacerle caso, se apresuró a
llegar a la ciudad, y relató a multitudes anhelantes las noticias de la
derrota y la pérdida.
El ruido de los gemidos y las lamentaciones llegó a los oídos del
que atalayaba al lado del tabernáculo. Fue llevado el mensajero a la
presencia de Elí y le dijo: “Israel huyó delante de los filisteos y hubo
gran mortandad entre el pueblo. Han muerto también tus dos hijos,
Ofni y Finees”. Elí pudo aguantar todo esto, por terrible que fuera,
pues lo había esperado. Pero cuando el mensajero agregó: “El arca
de Dios ha sido tomada”, una expresión de angustia indecible pasó
por su semblante. La idea de que su pecado había deshonrado así a
Dios, y le había hecho retirar su presencia de Israel, era más de lo
que podía soportar; perdió su fuerza, cayó, “y se desnucó, y murió”.
La esposa de Finees, a pesar de la impiedad de su marido, era una
mujer que temía al Señor. La muerte de su suegro y de su marido,
y sobre todo, la terrible noticia de que el arca de Dios había sido
tomada, le causaron la muerte. Le pareció que la última esperanza
de Israel había desaparecido; y llamó al hijo que le acababa de nacer
en esa hora de adversidad, Icabod, “sin gloria”. Y con su último
aliento repitió las tristes palabras: “La gloria ha sido desterrada de
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Israel, porque había sido tomada el Arca de Dios”.