Página 556 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
había hecho a ellos este gran mal. “No es su mano -dijeron- la que
nos ha herido, sino que esto ocurrió por accidente”.
Al ser soltadas, las vacas se alejaron de sus crías, y mugiendo
tomaron el camino directo a Bet-semes. Sin dirección humana algu-
na, los pacientes animales siguieron adelante. La presencia divina
acompañaba el arca, y esta llegó con toda seguridad al sitio indicado.
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Era entonces el tiempo de la cosecha del trigo, y los hombres
de Bet-semes estaban segando en el valle. “Al levantar los ojos,
divisaron el Arca y se regocijaron de verla. El carro llegó al campo de
Josué de Bet-semes y se paró allí, donde había una gran piedra. Ellos
cortaron la madera del carro y ofrecieron las vacas en holocausto
a Jehová”. Los señores de los filisteos, que habían seguido el arca,
“hasta el término de Bet-semes” y habían presenciado el recibimiento
que le habían hecho, regresaron ahora a Ecrón. La plaga había
cesado, y estaban convencidos de que sus calamidades habían sido
un juicio del Dios de Israel.
Los hombres de Bet-semes difundieron rápidamente la noticia de
que el arca estaba en su posesión, y la gente de la tierra circundante
acudió a dar la bienvenida al arca. Esta había sido colocada sobre la
piedra que primero sirvió de altar, y ante ella se ofrecieron al Señor
otros sacrificios adicionales. Si los adoradores se hubieran arrepen-
tido de sus pecados, la bendición de Dios los habría acompañado.
Pero no estaban obedeciendo fielmente a su ley; y aunque se regoci-
jaban por el regreso del arca como presagio de bien, no reconocían
verdaderamente su santidad. En vez de preparar un sitio apropia-
do para recibirla, permitieron que permaneciera en el campo de la
mies. Mientras continuaban mirando la sagrada arca, y hablando de
la manera maravillosa en que les había sido devuelta, comenzaron
a hacer conjeturas acerca de donde residía su poder especial. Por
último, vencidos por la curiosidad, quitaron los envoltorios de ella,
y se atrevieron a abrirla.
A todo Israel se le había enseñado a considerar el arca con temor
y reverencia. Cuando había que trasladarla de un lugar a otro, los
levitas ni siquiera debían mirarla. Solamente una vez al año se le
permitía al sumo sacerdote contemplar el arca de Dios. Hasta los
filisteos paganos no se habían atrevido a quitarle los envoltorios. Án-
geles celestiales invisibles la habían acompañado en todos sus viajes.