Página 557 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El arca tomada por los filisteos
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La irreverente osadía de los bet-semitas fue castigada inmediato.
Muchos fueron heridos de muerte repentina.
Este juicio no indujo a los sobrevivientes a arrepentirse de su
pecado, sino solo a considerar el arca con temor supersticioso. An-
siosos de deshacerse de su presencia, y no atreviéndose, sin embargo,
a trasladarla a otro sitio, los bet-semitas enviaron un mensaje a los
habitantes de Quiriat-jearim, para invitarlos a que se la llevaran. Con
gran regocijo los hombres de dicho lugar dieron la bienvenida al
arca sagrada. Sabían muy bien que ella era garantía del favor divino
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para los obedientes y fieles. Con alegría solemne la condujeron a
su ciudad, y la pusieron en la casa de Abinadab, levita que habitaba
allí. Este hombre designó a su hijo Eleazar para que se encargara de
ella; y el arca permaneció allí muchos años.
Durante los años transcurridos desde que el Señor se manifestó
por primera vez al hijo de Ana, el llamamiento a Samuel al cargo
profético había sido reconocido por toda la nación. Al transmitir
fielmente la divina advertencia a la casa de Elí, por penoso que fuera
dicho deber, Samuel había dado pruebas evidentes de su fidelidad
como mensajero de Jehová, “y Jehová estaba con él; y no dejó
sin cumplir ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan hasta
Beerseba, supo que Samuel era fiel profeta de Jehová”.
Los israelitas aun continuaban, como nación, en un estado de
irreligión e idolatría, y como castigo permanecían sujetos a los
filisteos. Mientras tanto, Samuel visitaba las ciudades y aldeas de
todo el país, procurando hacer volver el corazón del pueblo al Dios
de sus padres; y sus esfuerzos no quedaron sin buenos resultados.
Después de sufrir la opresión de sus enemigos durante veinte años,
“toda la casa de Israel suspiraba por Jehová”. Samuel les aconsejó:
“Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad de entre
vosotros los dioses ajenos y a Astarot, dedicad vuestro corazón a
Jehová y servidle solo a él”. Aquí vemos que la piedad práctica, la
religión del corazón, era enseñada en los días de Samuel como lo
fue por Cristo cuando estuvo en la tierra. Sin la gracia de Cristo, de
nada le valían al Israel de antaño las formas externas de la religión.
Tampoco valen para el Israel moderno.
Es hoy muy necesario que la verdadera religión del corazón
reviva como sucedió en el antiguo Israel. El arrepentimiento es el
primer paso que debe dar todo aquel que quiera volver a Dios. Nadie