Página 573 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

El primer rey de Israel
569
rá”. Por onerosas que fueran sus exacciones, una vez establecida la
monarquía, no la podrían hacer a un lado a su gusto.
Pero el pueblo contestó: “No. Habrá un rey sobre nosotros, y se-
remos también como todas las naciones. Nuestro rey nos gobernará,
saldrá delante de nosotros y hará nuestras guerras”.
“Como todas las naciones”. Los israelitas no se dieron cuenta
de que ser en este respecto diferentes de las otras naciones era un
privilegio y una bendición especial. Dios había separado a los is-
raelitas de todas las demás naciones, para hacer de ellos su propio
tesoro. Pero ellos, despreciando este alto honor, desearon ansiosa-
mente imitar el ejemplo de los paganos. Y aun hoy subsiste entre
los profesos hijos de Dios el deseo de amoldarse a las prácticas
y costumbres mundanas. Cuando se apartan del Señor, se vuelven
codiciosos de las ganancias y los honores del mundo. Los cristianos
están constantemente tratando de imitar las prácticas de los que
adoran al dios de este mundo. Muchos alegan que al unirse con los
mundanos y amoldarse a sus costumbres se verán en situación de
ejercer una influencia poderosa sobre los impíos. Pero todos los
que se conducen así se separan con ello de la Fuente de toda for-
taleza. Haciéndose amigos del mundo, son enemigos de Dios. Por
amor a las distinciones terrenales, sacrifican el honor inefable al cual
Dios los llamó, el de manifestar las alabanzas de Aquel que nos “ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable”.
1 Pedro 2:9
.
Con profunda tristeza, Samuel escuchó las palabras del pueblo;
pero el Señor le dijo: “Oye su voz y dales un rey”. El profeta había
cumplido con su deber. Había presentado fielmente la advertencia,
y esta había sido rechazada. Con corazón acongojado, despidió al
pueblo, y él mismo se fue a hacer preparativos para el gran cambio
que había de verificarse en el gobierno.
La vida de Samuel, llena de pureza y devoción desinteresada, era
un reproche perpetuo tanto para los sacerdotes y ancianos egoístas
como para la congregación de Israel, orgullosa y sensual. Aunque
el profeta no se había rodeado de pompa ni ostentación alguna,
sus obras llevaban el sello del cielo. Fue honrado por el Redentor
[596]
del mundo, bajo cuya dirección go-bernó la nación hebrea. Pero
el pueblo se había cansado de su piedad y devoción; menospreció
su autoridad humilde, y lo rechazó en favor de un hombre que lo
gobernara como rey.