Página 574 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
En el carácter de Samuel vemos reflejada la semejanza de Cristo.
Fue la pureza de la vida de nuestro Salvador la que provocó la ira
de Satanás. Esa vida era la luz del mundo y revelaba la depravación
oculta en los corazones humanos. Fue la santidad de Cristo la que
despertó contra él las pasiones más feroces de los que con falsedad en
su corazón, profesaban ser piadosos. Cristo no vino con las riquezas
y los honores de la tierra; pero las obras que hizo demostraron que
poseía un poder mucho mayor que el de cualquiera de los príncipes
humanos.
Los judíos esperaban que el Mesías quebrantara el yugo del
opresor; y sin embargo, albergaban los pecados que precisamente se
lo habían atado en la cerviz. Si Cristo hubiera tolerado sus pecados
y aplaudido su piedad, le habrían aceptado como su rey; pero no
quisieron soportar su manera intrépida de reprocharles sus vicios.
Despreciaron la hermosura de un carácter en el cual predominaban
en forma suprema la benevolencia, la pureza y la santidad, que no
sentía otro odio que el que le inspiraba el pecado. Así ha sucedido
en todas las edades del mundo. La luz del cielo trae condenación
a todos los que rehusan andar en ella. Cada vez que se sientan
reprendidos por el buen ejemplo de quienes odian al pecado, los
hipócritas se harán agentes de Satanás para hostigar y perseguir a
los fieles. “Todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús
padecerán persecución”.
2 Timoteo 3:12
.
Aunque en la profecía se había predicho que Israel tendría una
forma monárquica de gobierno, Dios se había reservado el derecho
de escoger al rey. Los hebreos respetaron la autoridad de Dios lo
suficiente para dejarle hacer la selección. La decisión recayó en Saúl,
hijo de Cis, de la tribu de Benjamín.
Las cualidades personales del futuro monarca eran tales que
halagaban el orgullo que había impulsado el corazón del pueblo a
desear un rey. “Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso
que él”. De porte noble y digno, en la flor de la vida, bien parecido
y alto, parecía nacido para mandar. Sin embargo, a pesar de estos
atractivos exteriores, Saúl carecía de las cualidades superiores que
constituyen la verdadera sabiduría. No había aprendido en su juven-
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tud a dominar sus pasiones impetuosas y temerarias; jamás había
sentido el poder renovador de la gracia divina.