Página 577 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El primer rey de Israel
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Saúl en la forma acostumbrada, y también le regalaron dos de los
tres panes.
En Gabaa, su propia ciudad, un grupo de profetas bajaba del
“alto” cantando alabanzas a Dios al son de la flauta y del arpa,
del salterio y del adufe. Cuando Saúl se les acercó, el Espíritu del
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Señor se apoderó también de él; de modo que unió el suyo a sus
cantos de alabanza y profetizó con ellos. Hablaba con tanta fluidez
y sabiduría, y los acompañó con tanto fervor en su servicio, que los
que le conocían exclamaron con asombro: “¿Qué ha sucedido al hijo
de Cis? ¿Saúl también entre los profetas?”
Cuando Saúl se unió a los profetas en su culto, el Espíritu Santo
realizó un gran cambio en él. La luz de la pureza y de la santidad
divinas brilló sobre las tinieblas del corazón natural. Se vio a sí
mismo como era delante de Dios. Vio la belleza de la santidad. Se
le invitó entonces a principiar la guerra contra el pecado y contra
Satanás, y se le hizo comprender que en este conflicto toda la for-
taleza debía provenir de Dios. El plan de la salvación, que antes le
había parecido nebuloso e incierto, fue entendido por él. El Señor lo
dotó de valor y sabiduría para su elevado cargo. Le reveló la Fuente
de fortaleza y gracia, e iluminó su entendimiento con respecto a las
divinas exigencias y su propio deber.
La consagración de Saúl como rey no había sido comunicada
a la nación. La elección de Dios debía manifestarse públicamente
al echar suertes. Con este fin, Samuel convocó al pueblo en Mizpa.
Se elevó una oración para pedir la dirección divina; y luego siguió
la ceremonia solemne de echar suertes. La multitud congregada
allí esperó en silencio el resultado. La tribu, la familia, y la casa
fueron sucesivamente señaladas, y finalmente Saúl, el hijo de Cis,
fue designado como el hombre escogido.
Pero Saúl no estaba en la congregación. Abrumado con el sen-
timiento de la gran responsabilidad que estaba a punto de recaer
sobre él, se había retirado secretamente. Fue traído de nuevo a la
congregación, que observó con orgullo y satisfacción su aspecto
regio y porte noble, pues “desde el hombro arriba era más alto que
el pueblo”. Aun Samuel, al presentarle ante la asamblea, exclamó:
“¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él
en todo el pueblo?” Y en respuesta la enorme multitud dio un grito
largo y regocijado: “¡Viva el rey!”