Página 579 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El primer rey de Israel
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que les sacara el ojo derecho a cada uno de ellos, como testimonio
permanente de su poder.
Los habitantes de la ciudad sitiada suplicaron que se les diera
una tregua de siete días. Los amonitas accedieron a esta solicitud,
creyendo que con esto engrandecerían más el honor de su esperado
triunfo. En seguida los de Jabes enviaron mensajeros para pedir
auxilio a las tribus del oeste del Jordán. Así llegaron a Gabaa las
noticias que despertaban terror por todas partes.
Por la noche, al regresar Saúl de seguir los bueyes en el campo,
oyó ruidosas lamentaciones indicadoras de una gran calamidad. Dijo
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entonces: “¿Qué tiene el pueblo, que están llorando?” Cuando se
le contó la vergonzosa historia, se despertaron todas sus facultades
latentes. “el espíritu de Dios vino sobre él [...]. Tomó entonces un
par de bueyes, los cortó en trozos y los envió por todo el territorio
de Israel por medio de mensajeros, diciendo: “Así se hará con los
bueyes del que no salga detrás de Saúl y detrás de Samuel””.
Trescientos treinta mil hombres se congregaron en la llanura
de Bezec, bajo las órdenes de Saúl. De inmediato se mandaron
mensajeros a los habitantes de la ciudad sitiada, con la promesa
de que podrían esperar auxilio al día siguiente, el mismo día en
el cual habían de someterse a los amonitas. Gracias a una rápida
marcha nocturna, Saúl y su ejército cruzaron el Jordán, y llegaron
a Jabes, “al calentar el sol”. Dividiendo, como Gedeón, sus fuerzas
en tres compañías, cayó sobre el campo de los amonitas aquella
madrugada, en el momento en que, por no sospechar ningún peligro,
estaban menos en guardia. En el pánico que siguió al ataque, fueron
derrotados completamente y hubo una gran matanza. “Y los que
quedaron fueron dispersos, de tal manera que no quedaron dos de
ellos juntos”.
La rapidez y el valor de Saúl, así como el don de mando que
reveló en la feliz dirección de tan grande ejército, eran cualidades
que el pueblo de Israel había deseado en su monarca, para poder
hacer frente a las otras naciones. Ahora lo saludaron como su rey,
atribuyendo el honor de la victoria a los instrumentos humanos y
olvidándose de que sin la bendición especial de Dios todos sus
esfuerzos hubieran sido en vano. En el calor de su entusiasmo,
algunos propusieron que se diera muerte a los que al principio
habían rehusado reconocer la autoridad de Saúl. Pero el rey intervino