Página 597 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Saúl rechazado
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Deseaba ser honrado con la presencia de Samuel para fortalecer su
propia influencia en la nación.
“No volveré contigo -fué la respuesta del profeta;-porque
desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para
que no seas rey sobre Israel”.
Cuando Samuel se volvió para marcharse, el rey, desesperado
por el temor, trabó de su manto para detenerle, pero este se rasgó en
sus manos. Declaró entonces el profeta: “Jehová ha desgarrado hoy
de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú”.
Saúl estaba más perturbado porque se veía enajenado de Samuel
que por el desagrado de Dios. Sabía que el pueblo confiaba más en
el profeta que en él mismo. Si por orden divina se ungía ahora a otro
rey, comprendía Saúl que le sería imposible mantener su autoridad.
Temía que si Samuel lo abandonaba completamente se produjera
una revuelta inmediata. Saúl suplicó al profeta que lo honrara ante
los ancianos y el pueblo uniéndosele públicamente en un servicio
religioso. Por indicación divina, Samuel accedió a la petición del
rey, a fin de no dar lugar a una revuelta. Pero solo se quedó allí como
testigo silencioso del servicio.
Debía cumplirse todavía un acto de justicia severo y terrible.
Samuel debía vindicar públicamente el honor de Dios, y reprender
la conducta de Saúl. Mandó que se trajera ante él al rey de los
amalecitas. Agag era más culpable y más despiadado que todos
los que habían perecido por la espada de Israel. Era hombre que
había odiado al pueblo de Dios y procurado destruirlo por todos los
medios a su alcance. Había ejercido la influencia más enérgica en
favor de la idolatría. Vino a la orden del profeta, lisonjeándose de
que el peligro de muerte había pasado. Samuel declaró: “Como tu
espada dejó las mujeres sin hijos, así tu madre será sin hijo entre
las mujeres. Entonces Samuel cortó en pedazos a Agag delante de
Jehová”. Hecho esto, Samuel regresó a su casa en Ramá, y Saúl
regresó a la suya en Gabaa, y solo una vez volvieron a encontrarse
el profeta y el rey.
Cuando fue llamado al trono, Saúl tenía una opinión muy hu-
milde de su propia capacidad, y se dejaba instruir. Le faltaban co-
nocimientos y experiencia, y tenía graves defectos de carácter. Pero
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el Señor le concedió el Espíritu Santo para guiarlo y ayudarlo, y lo
colocó donde podía desarrollar las cualidades requeridas para ser