Página 596 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
la victoria acreditada al valor y la estrategia de su rey, pues Saúl
no había asociado a Dios con el éxito de Israel en este conflicto;
pero cuando el profeta comprobó la evidencia de la rebelión de
Saúl, se indignó al ver como había violado el mandamiento del cielo
e inducido al pecado a Israel aquel que había sido tan altamente
favorecido por Dios.
Samuel no fue engañado por el subterfugio del rey. Con dolor e
indignación declaró: “Déjame que te anuncie lo que Jehová me ha
dicho esta noche. [...] Aunque a tus propios ojos eras pequeño, ¿no
has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido rey
sobre Israel?” Le repitió el mandamiento del Señor con respecto a
Amalec, y quiso saber por qué había desobedecido el rey.
Saúl persistió en justificarse: “Al contrario, ¡he obedecido la voz
de Jehová! Fui a la misión que Jehová me envió, traje a Agag, rey
de Amalec, y he destruido a los amalecitas. Pero el pueblo tomó del
botín ovejas y vacas, lo mejor del anatema, para ofrecer sacrificios a
Jehová, tu Dios, en Gilgal”.
Con palabras severas y solemnes el profeta deshizo su refugio de
mentiras, y pronunció la sentencia irrevocable: “¿Acaso se complace
Jehová tanto en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia
a las palabras de Jehová? Mejor es obedecer que sacrificar; prestar
atención mejor es que la grasa de los carneros. Como pecado de
adivinación es la rebelión, como ídolos e idolatría la obstinación. Por
cuanto rechazaste la palabra de Jehová, también él te ha rechazado
para que no seas rey”.
Cuando el rey oyó esta temible sentencia, exclamó: “He pecado,
pues he desobedecido el mandamiento de Jehová y tus palabras,
porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos”. Aterrorizado
por la denuncia del profeta, Saúl reconoció su culpa, que antes había
negado tercamente; pero siguió culpando al pueblo y declarando que
había pecado por temor a él.
No fue una tristeza causada por su pecado, sino más bien el
temor a la pena, lo que movía al rey de Israel cuando rogó así a
Samuel: “Perdona pues ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que
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adore a Jehová”. Si Saúl hubiera sentido arrepentimiento verdadero,
habría confesado públicamente su pecado, pero se preocupaba prin-
cipalmente de conservar su autoridad y retener la lealtad del pueblo.