Página 604 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

600
Historia de los Patriarcas y Profetas
Saúl en estatura y hermosura. Sus bellas facciones y su cuerpo bien
desarrollado llamaron la atención del profeta. Cuando Samuel miró
su porte principesco, pensó ciertamente que era el hombre a quien
Dios había escogido como sucesor de Saúl; y esperó la aprobación
divina para ungirlo. Pero Jehová no miraba la apariencia exterior.
Eliab no temía al Señor. Si se le hubiera llamado al trono, habría sido
un soberano orgulloso y exigente. La palabra del Señor a Samuel
fue: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque
yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues
el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el
corazón”.
Ninguna belleza exterior puede recomendar el alma ante Dios.
La sabiduría y la excelencia del carácter y de la conducta expresan
la verdadera belleza del hombre; el valor intrínseco y la excelencia
del corazón determinan que seamos aceptados por el Señor de los
ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir esta verdad al
juzgarnos a nosotros mismos y a los demás! Del error de Samuel
podemos aprender cuán vana es la estima que se basa en la hermosura
del rostro o la nobleza de la estatura. Podemos ver cuán incapaz es
la sabiduría del hombre para comprender los secretos del corazón
o los consejos de Dios, sin una iluminación especial del cielo. Los
pensamientos y modos de Dios en relación con sus criaturas superan
nuestras mentes finitas; pero podemos tener la seguridad de que sus
hijos serán llevados a ocupar precisamente el sitio para el cual están
preparados, y serán capacitados para hacer la obra encomendada
a sus manos, con tal que sometan su voluntad a Dios, para que
sus propósitos benéficos no sean frustrados por la perversidad del
hombre.
[627]
Terminó Samuel la inspección de Eliab, y los seis hermanos que
asistieron al servicio desfilaron sucesivamente para ser observados
por el profeta; pero el Señor no dio señal de que había elegido a
alguno de ellos. En suspenso penoso, Samuel miró al último de
los jóvenes; el profeta estaba perplejo y confuso. Le preguntó a
Isaí: “¿Son estos todos tus hijos?” El padre contestó: “Queda aún
el menor, que apacienta las ovejas”. Samuel ordenó que le hicieran
llegar, diciendo: “No nos sentaremos a la mesa hasta que él venga
aquí”.