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Historia de los Patriarcas y Profetas
Padre de las luces, Autor de todo don bueno y perfecto. Las revela-
ciones diarias del carácter y la majestad de su Creador llenaban el
corazón del joven poeta de adoración y regocijo.
En la contemplación de Dios y de sus obras, las facultades de la
mente y del corazón de David se desarrollaban y fortalecían para
la obra de su vida posterior. Diariamente iba participando en una
comunión más íntima con Dios. Su mente penetraba constantemente
en nuevas profundidades en busca de temas que le inspirasen cantos
y arrancasen música a su arpa. La rica melodía de su voz difundida a
los cuatro vientos repercutía en las colinas como si fuera en respuesta
a los cantos de regocijo de los ángeles en el cielo.
¿Quién puede medir los resultados de aquellos años de labor y
peregrinaje entre las colinas solitarias? La comunión con la natura-
leza y con Dios, el cuidado diligente de sus rebaños, los peligros y
libramientos, los dolores y regocijos de su humilde suerte, no solo
habían de moldear el carácter de David e influir en su vida futura,
sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de Is-
rael, en todas las edades venideras, habrían de comunicar amor y
fe al corazón de los hijos de Dios, acercándolos al corazón siempre
amoroso de Aquel en quien viven todas sus criaturas.
David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba
para ocupar una elevada posición entre los más nobles de la tierra.
Empleaba sus talentos, como dones preciosos de Dios, para alabar la
gloria del divino Dador. Las oportunidades que tenía de entregarse
a la contemplación y la meditación sirvieron para enriquecerlo con
aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de
los ángeles. Mientras contemplaba las perfecciones de su Creador,
se revelaban a su alma concepciones más claras de Dios. Temas
que antes le eran oscuros, se aclaraban para él con luz meridiana,
se allanaban las dificultades, se armonizaban las perplejidades, y
cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos e himnos
más dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El
amor que lo inspiraba, los dolores que lo oprimían, los triunfos
que lo acompañaban, eran temas para su pensamiento activo; y
cuando contemplaba el amor de Dios en todas las providencias de
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su vida, el corazón le latía con adoración y gratitud más fervientes,
su voz resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era
arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo procedía de