Página 609 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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David y Goliat
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David crecía en favor ante Dios y los hombres. Había sido edu-
cado en los caminos del Señor, y ahora dedicó su corazón más
plenamente que nunca a hacer la voluntad de Dios. Tenía nuevos
temas en que pensar. Había estado en la corte del rey, y había visto
las responsabilidades reales. Había descubierto algunas de las tenta-
ciones que asediaban el alma de Saúl, y había penetrado en algunos
de los misterios del carácter y el trato del primer rey de Israel. Había
visto la gloria real ensombrecida por una nube oscura de tristeza, y
sabía que en su vida privada la casa de Saúl distaba mucho de tener
felicidad. Todas estas cosas provocaban inquietud en el que había
sido ungido para ser rey de Israel. Pero cuando se sentía absorto en
profunda meditación, y atribulado por pensamientos de ansiedad,
echaba mano a su arpa y producía acordes que elevaban su mente
al Autor de todo lo bueno, y se disipaban las nubes oscuras que
parecían entenebrecer el horizonte del futuro.
Dios estaba enseñando a David lecciones de confianza. Como
Moisés fue educado para su obra, así también el Señor preparaba al
hijo de Isaí para hacerlo guía de su pueblo escogido. En su cuidado
de los rebaños, aprendía a apreciar en forma especial el cuidado que
el gran Pastor tiene por las ovejas de su dehesa.
En las colinas solitarias y las hondonadas salvajes por donde
vagaba David con sus rebaños había fieras en acecho. A menudo
salía algún león de los bosquecillos que había al lado del Jordán,
o algún oso, de su madriguera, en las colinas, y enfurecidos por el
hambre venían a atacar los rebaños. De acuerdo con las costumbres
de su tiempo, David solamente estaba armado de su honda y su
bastón; pero no tardó en dar pruebas de su fuerza y su valor al
proteger a los animales que custodiaba. Dijo más tarde, describiendo
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estos encuentros: “Cuando venía un león o un oso, y se llevaba algún
cordero de la manada, salía yo tras él, lo hería y se lo arrancaba de la
boca; y si se revolvía contra mí, le echaba mano a la quijada, lo hería
y lo mataba”.
1 Samuel 17:34, 35
. Su experiencia en estos asuntos
probó el corazón de David y desarrolló en él valor, fortaleza y fe.
Aun antes de haber sido llamado a la corte de Saúl, David se ha-
bía distinguido por actos de valor. El oficial que lo recomendó al rey
dijo que era “valiente y vigoroso, y hombre de guerra, prudente en
sus palabras, y hermoso”, y añadió: “Jehová está con él”.
1 Samuel
16:18
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