Página 623 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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David fugitivo
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Israel, que Dios había escogido a David como futuro soberano de su
pueblo; y creían que con él, aunque estuviese como fugitivo en una
cueva solitaria, estarían más seguros que si se quedaban a merced
de la locura de un rey celoso.
En la cueva de Adulam, la familia se hallaba unida por el amor y
el afecto. El hijo de Isaí podía producir melodías con la voz y con
su arpa mientras cantaba: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
que habiten los hermanos juntos en armonía!”.
Salmos 133:1
. Había
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probado las amarguras de la desconfianza de sus propios hermanos;
y la armonía que había reemplazado la discordia llenaba de regocijo
el corazón del desterrado. Allí fue donde David compuso el salmo
57.
Antes de que transcurriera mucho tiempo se unieron al escuadrón
de David otros hombres que trataban de escapar a las exigencias del
rey. Muchos eran los que habían perdido la confianza en el soberano
de Israel, pues podían ver que ya no le guiaba el Espíritu del Señor.
“Además se le unieron todos los afligidos, todos los que estaban
endeudados y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y
llegó a ser su jefe. Había con él como cuatrocientos hombres”. Así
tuvo David un pequeño reino propio, y en él imperaban la disciplina
y el orden.
Pero aun en su retiro de las montañas, distaba mucho de sentirse
seguro; pues de continuo tenía evidencias de que el rey no había
renunciado a sus propósitos homicidas. Cerca del rey de Moab halló
refugio para sus padres; y luego al recibir de un profeta del Señor
una advertencia de peligro, huyó de su escondite hacia el bosque de
Haret.
Lo que experimentaba David no era innecesario ni estéril. Dios
le sometía a un proceso de disciplina a fin de prepararlo tanto para
el cargo de sabio general como para el de rey justo y misericordioso.
Con su banda de fugitivos, David obtenía una excelente preparación
para asumir la obra de la cual Saúl se hacía totalmente indigno por su
furia asesina y su ciega indiscreción. No pueden los hombres alejarse
del consejo de Dios, y retener la calma ni la sabiduría necesarias
para obrar con justicia y discreción. No hay locura tan temible ni tan
desesperada y fútil, como la que consiste en seguir el juicio humano,
sin dirección de la sabiduría de Dios.