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Historia de los Patriarcas y Profetas
Saúl había hecho preparativos para atrapar y capturar a David
en la cueva de Adulam, y cuando descubrió que David había dejado
ese refugio, el rey se enfureció mucho. La huida de David era un
misterio para Saúl. Solo podía explicársela por la sospecha de que
había en su campamento traidores que habían puesto al hijo de Isaí
al tanto de su proximidad y sus propósitos.
Afirmó Saúl a sus consejeros que se había tramado una conspi-
ración contra él, y ofreciéndoles ricos presentes y puestos de honor,
los sobornó para que le revelaran quienes entre su pueblo habían
tratado amistosamente a David. Doeg, el edomita, se hizo delator.
Movido por la ambición y la avaricia y por el odio al sacerdote, que
había reprobado sus pecados, Doeg dio parte de la visita de David a
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Ahimelec, presentando el asunto en forma tal que se encendiera la
ira de Saúl contra el hombre de Dios. La palabra de aquella lengua
perversa, encendida por el mismo infierno, despertó las peores pa-
siones del corazón de Saúl. Loco de ira, declaró que debía perecer
toda la familia del sacerdote. Y el terrible decreto fue ejecutado. No
solo se mató a Ahimelec, sino que también a los mismos miembros
de la casa de su padre -“ochenta y cinco varones que vestían efod de
lino”-, les dio muerte, por orden del rey, la mano homicida de Doeg.
“Y a Nob, ciudad de los sacerdotes, la pasó Saúl a filo de es-
pada: a hombres, mujeres y niños, hasta los de pecho, y bueyes,
asnos y ovejas, todo lo hirió a filo de espada”. Esto era lo que Saúl
podía hacer bajo el dominio de Satanás. Cuando Dios declaró que
la iniquidad de los amalecitas estaba rebosando, y le ordenó que
los destruyera totalmente, Saúl se creyó demasiado compasivo para
ejecutar la sentencia divina, y salvó lo que estaba dedicado a la
destrucción; pero ahora, sin ningún mandamiento de Dios, bajo la
dirección de Satanás, podía dar muerte a los sacerdotes del Señor,
y llevar la ruina a los habitantes de Nob. Tal es la perversidad del
corazón humano que ha rechazado la dirección de Dios.
Esta acción llenó a todo Israel de horror. El rey a quien ellos
habían escogido era el que había cometido semejante ultraje; y solo
había procedido a la usanza de los reyes de otras naciones que no
temían a Dios. El arca estaba con ellos; pero los sacerdotes a quienes
solían consultar yacían muertos por la espada. ¿Qué sucedería luego?
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