Página 628 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
se dedicaron a hacer y decir cosas inicuas contra los siervos del
Señor, se arraiga en su mente la convicción de que actuaban mal.
El Espíritu del Señor contiende con ellos, y humillan su corazón
ante Dios y ante aquellos cuya influencia procuraron destruir, y es
posible que cambien de conducta con ellos. Pero cuando vuelven a
abrir las puertas a las sugestiones del maligno, reviven las antiguas
dudas, la vieja enemistad se despierta, y vuelven a dedicarse a la
misma obra de la cual se habían arrepentido, y que por algún tiempo
abandonaron. Vuelven a entregarse a la maledicencia, acusando y
condenando en forma acérrima a los mismos a quienes habían hecho
la más humilde confesión. A semejantes personas Satanás puede
usarlas, después que adoptaron esa conducta, con mucho más poder
que antes, porque han pecado contra una luz mayor.
“Por entonces murió Samuel. Todo Israel se congregó para llo-
rarlo y lo sepultaron en su casa, en Rama”. La nación de Israel
consideró la muerte de Samuel como una pérdida irreparable. Había
caído un profeta grande y bueno, y un juez eminente; y el dolor del
pueblo era profundo y sincero. Desde su juventud, Samuel había
caminado ante Israel con corazón íntegro. Aun cuando Saúl había
sido el rey reconocido, Samuel había ejercido una influencia mucho
más poderosa que él, porque tenía en su haber una vida de fidelidad,
obediencia y devoción. Leemos que juzgó a Israel todos los días de
su vida.
Cuando el pueblo comparaba la conducta de Saúl con la de
Samuel, veía el error que había cometido al desear un rey para no
ser diferente de las naciones que lo circundaban. Muchos veían
con alarma las condiciones imperantes en la sociedad, la cual se
impregnaba rápidamente de irreligión e iniquidad. El ejemplo de
su soberano ejercía una vasta influencia, y muy bien podía Israel
lamentar el hecho de que había muerto Samuel, el profeta de Jehová.
La nación había perdido al fundador y presidente de las escuelas
sagradas; pero eso no era todo. Había perdido al hombre a quien
el pueblo solía acudir con sus grandes aflicciones, había perdido al
que constantemente intercedía ante Dios en beneficio de los mejores
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intereses de su pueblo. La intercesión de Samuel le había imparti-
do un sentimiento de seguridad, pues “la oración eficaz del justo
puede mucho”.
Santiago 5:16
. El pueblo creyó ahora que Dios lo
abandonaba. El rey no le parecía sino un poco menos que un loco.