Página 637 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La magnanimidad de David
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Mientras moraba en esa ciudad remota, David hizo guerra a los
gesureos, a los gerzeos y a los amalecitas, sin dejar nunca uno solo
vivo que llevara las noticias a Gat. Cuando volvía de la batalla,
daba a entender a Aquis que había estado guerreando contra los
de su propia nación, los hombres de Judá. Con este fingimiento, se
convirtió en el medio de fortalecer la mano de los filisteos; pues el
rey razonaba: “Él se ha hecho odioso a su pueblo de Israel, y será
siempre mi siervo”. David sabía que era la voluntad de Dios que
aquellas tribus paganas fueran destruidas, y también sabía que él
había sido designado para llevar a cabo esa obra; pero no seguía los
caminos y consejos de Dios al practicar el engaño.
“Aconteció en aquellos días, que los filisteos reunieron sus fuer-
zas para pelear contra Israel. Y Aquis dijo a David: Ten entendido
que has de salir a campaña conmigo, tú y tus hombres”. David no
tenía intención de alzar su mano contra su pueblo; pero no estaba se-
guro de la conducta que debía seguir, hasta que las circunstancias le
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indicaran su deber. Contestó al rey evasivamente, y le dijo: “Sabrás
pues lo que hará tu siervo”. Aquis interpretó estas palabras como
una promesa de ayuda en la guerra que se aproximaba, y prometió
otorgarle a David grandes honores, y darle un elevado cargo en la
corte filistea.
Pero aunque la fe de David había vacilado un tanto acerca de las
promesas de Dios, aun recordaba que Samuel lo había ungido como
rey de Israel. No olvidaba las victorias que Dios le había dado sobre
sus enemigos en el pasado. Consideró en una mirada retrospectiva
la gran misericordia de Dios al preservarle de la mano de Saúl, y
decidió no traicionar el cometido sagrado. Aunque el rey de Israel
había procurado matarlo, decidió no unir sus fuerzas a las de los
enemigos de su pueblo.
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