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Historia de los Patriarcas y Profetas
batallas; pero ahora estaba actuando directamente contra sus propios
intereses al dirigirse a los filisteos. Dios le había designado para que
levantara su estandarte en la tierra de Judá, y fue la falta de fe lo que
lo llevó a abandonar su puesto del deber sin un mandamiento del
Señor.
La incredulidad de David deshonró a Dios. Los filisteos habían
temido más a David que a Saúl y sus ejércitos; y al ponerse bajo
la protección de los filisteos, David les reveló las debilidades de su
propio pueblo. Así animó a estos implacables enemigos a oprimir
a Israel. David había sido ungido para que defendiera al pueblo de
Dios; y el Señor no quería que sus siervos alentaran a los impíos
revelando la debilidad de su pueblo ni aparentando indiferencia hacia
el bienestar de dicho pueblo. Además, sus hermanos recibieron la
impresión que él se había ido con los paganos para servir a sus
dioses. Su acto dio lugar a que se interpretaran mal sus móviles, y
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muchos se sintieron inducidos a tener prejuicio contra él. Aquello
mismo que Satanás quería que hiciera, fue inducido a hacerlo; pues,
al buscar refugio entre los filisteos, David causó gran alegría a los
enemigos de Dios y de su pueblo. David no renunció al culto que
rendía a Dios, ni dejó de dedicarse a su causa; pero sacrificó su
confianza en él en favor de la seguridad personal, y así empañó el
carácter recto y fiel que Dios exige que sus siervos tengan.
El rey de los filisteos recibió cordialmente a David. Lo caluroso
de esta recepción se debió en parte a que el rey le admiraba, y en
parte al hecho de que halagaba su vanidad el que un hebreo buscaba
su protección. David se sentía seguro contra la traición en los domi-
nios de Aquis. Llevó a su familia, a los miembros de su casa, y sus
posesiones, como lo hicieron también sus hombres; y a juzgar por
todas las apariencias, había ido allí para establecerse permanente-
mente en la tierra de los filisteos. Todo esto agradaba mucho al rey
Aquis, quien prometió proteger a los israelitas fugitivos.
Al pedir David una residencia en el campo, lejos de la ciudad
real, el rey le otorgó generosamente Siclag como posesión. David
se percataba de que estar bajo la influencia de los idólatras sería
peligroso para él y sus hombres. En una ciudad enteramente separada
para su propio uso, podrían adorar a Dios con más libertad que si
permanecieran en Gat, donde los ritos paganos no podían menos de
resultar en una fuente de iniquidad y molestia.