Página 635 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La magnanimidad de David
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Nuevamente confesó el rey, diciendo: “He pecado; vuelve, David,
hijo mío, que ya no te haré ningún mal, porque mi vida ha sido
estimada preciosa hoy a tus ojos. He obrado neciamente, he cometido
un gran error. David respondió: “Aquí está la lanza del rey; pase acá
uno de los criados y tómela””. No obstante que Saúl había hecho la
promesa: “Ningún mal te haré”. David no se entregó en sus manos.
Este segundo caso en que David respetaba la vida de su soberano
hizo una impresión aún más profunda en la mente de Saúl, y arrancó
de él un reconocimiento más humilde de su falta. Le asombraba
y subyugaba la manifestación de tanta bondad. Al despedirse de
David, Saúl exclamó: “Bendito seas tú, David, hijo mío; sin duda
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emprenderás tú cosas grandes, y prevalecerás”. Pero el hijo de Isaí
no tenía esperanza de que él siguiera por mucho tiempo en esta
actitud.
David perdió la esperanza de reconciliarse con Saúl. Parecía
inevitable que cayera finalmente víctima de la malicia del rey, y
decidió otra vez buscar refugio en tierra de los fliisteos. Con los
seiscientos hombres que mandaba, se fue a Aquis, rey de Gat.
La conclusión de David, de que Saúl ciertamente alcanzaría su
propósito homicida, se formó sin el consejo de Dios. Aun cuan-
do Saúl estaba maquinando y procurando su destrucción, el Señor
trabajaba para asegurarle el reino a David. El Señor lleva a cabo
sus planes, aunque muchas veces para los ojos humanos parezcan
velados por el misterio. Los hombres no pueden comprender las
maneras de proceder de Dios; y, mirando las apariencias, interpretan
las dificultades, las pruebas y las aflicciones que Dios permite que
les sobrevengan, como cosas que van encaminadas contra ellos, y
que solo les causarán la ruina. Así miró David las apariencias, y
pasó por alto las promesas de Dios. Dudó de que jamás llegara a
ocupar el trono. Las largas pruebas habían debilitado su fe y agotado
su paciencia.
El Señor no envió a David para que buscara protección entre los
filisteos, los enemigos acérrimos de Israel. Esa nación se iba a contar
entre sus peores enemigos hasta el final; y sin embargo, huyó a ella
en busca de ayuda cuando la necesitó. Habiendo perdido toda fe en
Saúl y en los que le servían, se entregó a la merced de los enemigos
de su pueblo. David era un general valeroso; había dado muestras
de ser un guerrero sabio y había salido siempre victorioso en sus