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Historia de los Patriarcas y Profetas
queriendo separarse de tan importante aliado, contestó: “¿No ven
que es David, el siervo de Saúl, rey de Israel? Ha estado conmigo
por días y años, y no he hallado falta en él desde que se pasó a mi
servicio hasta el día de hoy”.
Pero los príncipes insistieron airadamente en su exigencia: “Des-
pide a este hombre, para que regrese al lugar que le señalaste y no
venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se vuelva
enemigo nuestro; porque ¿con qué cosa retornaría mejor a la gracia
de su señor que con las cabezas de estos hombres? ¿No es este el
David de quien cantaban en las danzas: “Saúl hirió a sus miles,
y David a sus diez miles”?” Aun recordaban los señores filisteos
la muerte de su famoso campeón y el triunfo de Israel en aquella
ocasión. No creían que David peleara contra su propio pueblo; y si
en el ardor de la batalla, se ponía de su parte, podría infligir a los
filisteos mayores daños que todo el ejército de Saúl.
Aquis se vio así obligado a ceder, y llamando a David, le dijo:
“¡Vive Jehová, tú has sido un hombre recto!, y me ha parecido bien
que salgas y entres en el campamento conmigo, porque ninguna cosa
mala he hallado en ti desde que viniste a mí hasta el día de hoy; pero
no eres grato a los ojos de los príncipes. Regresa, pues, y vete en
paz, para no desagradar a los príncipes de los filisteos”.
David, temiendo traicionar sus verdaderos sentimientos, contes-
tó: “¿Qué he hecho yo? ¿Qué has hallado en tu siervo desde que
entré a tu servicio hasta el día de hoy, para que yo no vaya y pelee
contra los enemigos del rey, mi señor?”
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La contestación de Aquis debió causar al corazón de David un
estremecimiento de vergüenza y remordimiento al recordarle cuán
indignos de un siervo de Jehová eran los engaños hasta los cuales
se había rebajado. “Sé que has sido bueno ante mis ojos, como un
ángel de Dios; pero los príncipes de los filisteos me han dicho: “No
venga con nosotros a la batalla”. Levántate, pues, de mañana, tú y
los siervos de tu señor que han venido contigo, y marchaos de aquí
en cuanto amanezca”. Así quedó rota la trampa en que David se
había enredado, y él se vio libre.
Después de un viaje de tres días, David y su compañía de seis-
cientos hombres llegaron a Siclag, su hogar filisteo. Pero sus ojos
encontraron una escena de desolación. Los amalecitas, aprovechan-
do la ausencia de David y su fuerza, se habían vengado de sus