Página 678 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
el súbdito. Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la
perversidad excesiva del pecado. Y en vez de confiar humilde en el
poder de Dios, comenzó a confiar en su propia fuerza y sabiduría.
Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la
única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos
de la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es
abrupta; al principio no es repentina ni sorpresiva; consiste en minar
secretamente las fortalezas de los principios. Comienza en cosas
aparentemente pequeñas: la negligencia en cuanto a ser fiel a Dios y
a depender de él por completo, la tendencia a seguir las costumbres
y prácticas del mundo.
Antes que terminara la guerra con los amonitas, David regresó a
Jerusalén, dejando la dirección del ejército a Joab. Los sirios ya se
habían sometido a Israel, y la completa caída de los amonitas parecía
segura. David se veía rodeado de los frutos de la victoria y de los
honores de su gobierno sabio y hábil. Fue entonces, mientras vivía
en holgura y desprevenido, cuando el tentador aprovechó la opor-
tunidad de ocupar su mente. El hecho de que Dios había admitido
a David en una relación tan estrecha consigo, y había manifestado
tanto favor hacia David, debió haber sido para él el mayor de los
incentivos para conservar inmaculado su carácter. Pero cuando él
estaba cómodo, tranquilo y seguro de sí mismo, se separó de Dios,
cedió a las tentaciones de Satanás, y atrajo sobre su alma la mancha
de la culpabilidad. El hombre designado por el cielo como caudillo
de la nación, el escogido por Dios para ejecutar su ley, violó sus
preceptos. Por sus actos quien debió castigar a los malhechores, les
fortaleció las manos.
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En medio de los peligros de su juventud, David, consciente de
su integridad, podía confiar su caso a Dios. La mano del Señor lo
había guiado y hecho pasar sano y salvo por infinidad de trampas
tendidas para sus pies. Pero ahora, culpable y sin arrepentimiento,
no pidió ayuda ni dirección al cielo, sino que buscó la manera de
desenredarse de los peligros en que el pecado lo había envuelto.
Betsabé, cuya hermosura fatal había resultado ser una trampa para el
rey, era la esposa de Urías el heteo, uno de los oficiales más valientes
y más fieles de David. Nadie podía prever cuál sería el resultado si
se llega a descubrir el crimen. La ley de Dios declaraba al adúltero
culpable de la pena de muerte, y el soldado de espíritu orgulloso, tan