Página 681 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El pecado de David y su arrepentimiento
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para con Betsabé, y se despertó la sospecha de que él había planeado
la muerte de Urías. Esto redundó en deshonor para el Señor. Él había
favorecido y ensalzado a David, y el pecado de este representaba
mal el carácter de Dios, y echaba oprobio sobre su nombre. Tendía
a rebajar las normas de la piedad en Israel, a aminorar en muchas
mentes el aborrecimiento del pecado, mientras que envalentonaba
en la transgresión a los que no amaban ni temían a Dios.
El profeta Natán recibió órdenes de llevar un mensaje de re-
prensión a David. Era un mensaje terrible en su severidad. A pocos
soberanos se les podría haber dirigido una reprensión sin que el
mensajero perdiera la vida. Natán transmitió la sentencia divina
sin vacilación, aunque con tal sabiduría celestial que despertó la
simpatía y la conciencia del rey y lo indujo a que con sus labios
emitiera su propia sentencia de muerte. Apelando a David como al
guardián divinamente designado para proteger los derechos de su
pueblo, el profeta le relató una historia de agravio y opresión que
exigía justicia y castigo.
“Había dos hombres en una ciudad -dijo-, uno rico y el otro
pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas, pero el pobre no tenía
más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que
había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su
bocado, bebiendo de su vaso y durmiendo en su seno igual que una
hija. Un día llegó un viajero a visitar al hombre rico, y este no quiso
tomar de sus ovejas y de sus vacas para dar de comer al caminante
que había venido a visitarlo, sino que tornó la oveja de aquel hombre
pobre, y la preparó para quien había llegado de visita”.
El rey se airó y exclamó: “¡Vive Jehová, que es digno de muerte
el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera, por
haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia”.
Natán fijó los ojos en el rey; y luego, alzando la mano derecha,
le declaró solemnemente: “Tú eres aquel hombre”. “¿Por qué pues
-continuó- tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo
delante de sus ojos?” Como David, los culpables pueden procurar
que su crimen quede oculto para los hombres; pueden tratar de
sepultar la acción perversa para siempre, a fin de que el ojo humano
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no la vea ni lo sepa la inteligencia humana; pero “todas las cosas
están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que