Página 682 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
dar cuenta”.
Hebreos 4:13
. “Nada hay encubierto, que no haya de
ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse”.
Mateo 10:26
.
Natán le manifestó: “Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: “Yo
te ungí como rey de Israel y te libré de manos de Saúl, te entregué
la casa de tu señor y puse en tus brazos a sus mujeres; además te
di la casa de Israel y de Judá; y como si esto fuera poco, te habría
añadido mucho más. ¿Por qué, pues, has tenido en poco la palabra
de Jehová, y hecho lo malo delante de sus ojos? A Urías, el heteo,
lo mataste a espada y tomaste a su esposa como mujer. Sí, a él lo
mataste con la espada de los hijos de Amón. Por lo cual ahora no se
apartará jamás de tu casa la espada [...]. Yo haré que de tu misma
casa se alce el mal contra ti. Tomaré a tus mujeres delante de tus
ojos y las entregaré a tu prójimo [...]. Porque tú lo hiciste en secreto;
pero yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol””.
El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se des-
pertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad.
Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos
exclamó: “Pequé contra Jehová”. Todo daño o agravio que se haga a
otros se extiende del perjudicado a Dios. David había cometido un
grave pecado contra Urías y Betsabé, y se daba cuenta perfecta de
su gran transgresión. Pero mucho más grave era su pecado contra
Dios.
Aunque no se hallara a nadie en Israel que ejecutara la sentencia
de muerte contra el ungido del Señor, David tembló por temor de
que, culpable y sin perdón, fuese abatido por el rápido juicio de
Dios. Pero se le envió por medio del profeta este mensaje: “También
Jehová ha perdonado tu pecado: no morirás”. No obstante, la justicia
debía mantenerse. La sentencia de muerte fue transferida de David
al hijo de su pecado. Así se le dio al rey oportunidad de arrepentirse;
mientras que el sufrimiento y la muerte del niño, como parte de
su castigo, le resultaban más amargos de lo que hubiera sido su
propia muerte. El profeta dijo: “Pero, por cuanto con este asunto
hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido,
ciertamente morirá”.
Cuando el niño cayó enfermo, David imploró y suplicó por la
vida del niño con ayuno y profunda humillación. Se despojó de sus
prendas reales, hizo a un lado su corona, y noche tras noche yacía
en el suelo, intercediendo con dolor desesperado en pro del inocente
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