Página 691 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La rebelión de Absalón
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cincuenta hombres, corrieran delante de él adonde quiera que iba.
Y mientras que el rey se inclinaba cada vez más al deseo de retrai-
miento y soledad, Absalón buscaba con halagos el favor popular.
La influencia de la irresolución y apatía de David se extendía
a sus subordinados; la negligencia y la dilación caracterizaban la
administración de la justicia. Arteramente, Absalón sacaba ventaja
de toda causa de desafecto. Día tras día, se podía ver a ese hombre
de semblante noble a la puerta de la ciudad, donde una multitud de
suplicantes aguardaba para presentarle sus agravios en procura de
que fueran reparados. Absalón se rozaba con ellos, oía sus agravios,
y expresaba cuánto se identificaba con ellos por sus sufrimientos
y cuánto lamentaba la falta de eficiencia del gobierno. Después de
escuchar la historia de un hombre de Israel, el príncipe respondía:
“Mira, tus palabras son buenas y justas; pero no tienes quien te oiga
de parte del rey. Y añadía Absalón: “¡Quién me pusiera por juez
en el país, para que vinieran ante mí todos los que tienen pleito o
negocio, y yo les haría justicia!”. Cuando alguno se acercaba para
postrarse ante él, le tendía la mano, lo abrazaba y lo besaba”.
Fomentado por las arteras insinuaciones del príncipe, el descon-
tento con el gobierno cundía rápidamente. Todos los labios alababan
a Absalón. Se le tenía generalmente por heredero del trono; el pueblo
lo consideraba con orgullo digno del alto puesto, y se encendió el
deseo de que él ocupara el trono. “Así les robaba Absalón el corazón
de los de Israel”. No obstante, el rey, cegado por el amor a su hijo,
no sospechaba nada. La condición de realeza que Absalón había asu-
mido era considerada por David como destinada a honrar su corte,
como una expresión de júbilo por la reconciliación.
Una vez preparados los ánimos del pueblo para lo que había
de seguir, Absalón envió secretamente entre las tribus a hombres
escogidos, para que concertaran medidas tendientes a una revuelta.
Adoptó entonces el manto de la devoción religiosa para ocultar sus
propósitos traidores. Un voto que había hecho mucho tiempo antes,
cuando estaba desterrado, debía cumplirse en Hebrón. Absalón dijo
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al rey: “Te ruego que me permitas ir a Hebrón a pagar el voto que
he prometido a Jehová. Porque cuando estaba en Gesur de Siria tu
siervo hizo este voto: “Si Jehová me hace volver a Jerusalén, yo
serviré a Jehová””. El padre cariñoso, consolado con esta evidencia
de piedad en su hijo, lo despidió con su bendición.