Página 692 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
La conspiración había madurado completamente. El acto culmi-
nante de hipocresía de Absalón tenía por objeto no solo cegar al rey,
sino también afirmar la confianza del pueblo, y seguir incitándolo a
la rebelión contra el rey que Dios había escogido.
Absalón salió para Hebrón, y fueron con él “doscientos hombres
de Jerusalem por él convidados, los cuales iban inocentemente, sin
saber nada”. Estos hombres fueron con Absalón sin soñar que su
amor por el hijo los llevaba a la rebelión contra el padre. Al llegar
a Hebrón, Absalón llamó inmediatamente a Ahitofel, uno de los
principales consejeros de David, hombre de mucha fama por su
sabiduría, cuya opinión era considerada tan segura y tan sabia como
la de un oráculo. Ahitofel se unió a los conspiradores, y su apoyo
hizo que pareciera asegurado el éxito de la causa de Absalón, y trajo
a su estandarte a muchos hombres de influencia de todas partes del
reino. Cuando la trompeta de la rebelión sonó, los espías que el
príncipe tenía diseminados por todo el país difundieron la noticia de
que Absalón era rey, y gran parte del pueblo se congregó alrededor
de él.
Mientras tanto, la alarma se transmitió al rey en Jerusalén. David
se despertó de repente, para ver estallar la rebelión cerca de su trono.
Su propio hijo, al que amaba y en el cual confiaba, había estado
conspirando para apoderarse de la corona e indudablemente para
quitarle la vida. En su gran peligro, David sacudió la depresión
que por tanto tiempo le había embargado, y con el ánimo de la
juventud se preparó para hacer frente a esta terrible emergencia.
Absalón estaba reuniendo sus fuerzas en Hebrón, a una distancia de
solo treinta kilómetros. Pronto estarían los rebeldes a las puertas de
Jerusalén.
Desde su palacio, David contemplaba su capital, “hermosa pro-
vincia, el gozo de toda la tierra, [...] la ciudad del gran Rey”.
Salmos
48:2
. Lo estremecía el pensamiento de exponerla a la carnicería y
a la devastación. ¿Debía llamar en su auxilio a los súbditos que
seguían leales al trono, y resistir para conservar la capital? ¿Debía
permitir que Jerusalén fuera bañada en sangre? Tomó su decisión.
Los horrores de la guerra no caerían sobre la ciudad escogida. Aban-
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donaría Jerusalén, y luego probaría la fidelidad de su pueblo, dándole
una oportunidad de reunirse para apoyarlo. En esta gran crisis, era
su deber hacia Dios y hacia su pueblo mantener la autoridad de la