Página 711 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Los últimos años de David
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de Israel fueran leales a Dios y de que Salomón obedeciera la ley
de Dios y evitara los pecados que habían debilitado la autoridad de
su padre, amargado su vida y deshonrado a Dios. David sabía que
Salomón necesitaría humildad de corazón, una confianza constante
en Dios, y una vigilancia incesante para soportar las tentaciones
que seguramente lo acecharían en su elevada posición; pues los
personajes eminentes son el blanco especial de las saetas de Satanás.
Volviéndose hacia su hijo, ya reconocido como quien debía sucederle
en el trono, David le dijo: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios
de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo generoso;
porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo
intento de los pensamientos. Si tú le buscas, lo hallarás; pero si lo
dejas, él te desechará para siempre. Mira, pues, ahora, que Jehová te
ha elegido para que edifiques Casa para el santuario; ¡esfuérzate, y
hazla!”
David dio a Salomón instrucciones minuciosas para la construc-
ción del templo, con modelos de cada una de las partes, y de todos
los instrumentos de servicio, tal como se los había revelado la inspi-
ración divina. Salomón era todavía joven y habría preferido rehuir
las pesadas responsabilidades que le incumbirían en la construcción
del templo y en el gobierno del pueblo de Dios. David dijo a su hijo:
“Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas ni desmayes,
porque Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te
desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la
casa de Jehová”.
Nuevamente David se volvió a la congregación y le dijo: “Sola-
mente a Salomón, mi hijo, ha elegido Dios; él es joven y tierno de
edad, y la obra, grande; porque la Casa no es para un hombre, sino
para Jehová Dios”. Y continuó diciendo: “Con todas mis fuerzas
yo he preparado para la casa de mi Dios”, procedió a enumerar los
materiales que había reunido. Además dijo: “Además de esto, por
cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi
tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he
preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi
Dios: tres mil talentos de oro, de oro de Ofir, y siete mil talentos de
plata refinada para recubrir las paredes de las casas”. Y preguntó a
la congregación que había traído sus ofrendas voluntarias: ¿Quién,
pues, quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová”.
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