Página 727 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Apéndice
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hayan sido destruidos, los reinos de este mundo se convertirán en
los reinos de nuestro Señor y de su Cristo.
Entonces Cristo reinará como “Rey de reyes y Señor de señores.”
Apocalipsis 19:16
. “El reino, y el señorío, y la majestad de los
reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del
Altísimo; cuyo reino es reino eterno, y todos los señoríos le servirán
y obedecerán”. “Tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán
el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos”.
Daniel 7:27,
18
.
Hasta que no llegue aquel tiempo no se puede establecer el reino de
Cristo en la tierra. Su reino no es de este mundo. Sus seguidores han
de considerarse como “peregrinos y advenedizos sobre la tierra”.
Pablo dice: “Nuestra vivienda es en los cielos; de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.”
Hebreos 11:13
;
Fili-
penses 3:20
. Desde que el reino de Israel desapareció, Dios no ha
delegado su autoridad a ningún hombre o cuerpo de hombres para
ejecutar sus leyes como tales. “Mía es la venganza: yo pagaré, dice
el Señor”.
Romanos 12:19
. Los gobiernos civiles tienen que ver con
las relaciones entre un hombre y otro hombre; pero no tienen nada
que ver con las obligaciones que nacen de la relación del hombre
con Dios.
Con excepción del reino de Israel, jamás ha existido en la tierra
gobierno alguno en el cual Dios haya dirigido los asuntos del estado
mediante hombres inspirados. Cada vez que los hombres trataron de
formar un gobierno semejante al de Israel, tuvieron necesariamente
que encargarse de interpretar y ejecutar la ley de Dios. Asumieron el
derecho de dominar la conciencia, y así usurparon las prerrogativas
de Dios.
En la dispensación anterior, mientras que los pecados contra Dios
eran castigados con penas temporales, los juicios se ejecutaban no
solo por sanción divina, sino por su mandato directo y en obediencia
a sus mandamientos. Había que dar muerte a los hechiceros y a los
idólatras. Los hechos profanos y sacrilegos eran castigados con la
pena capital. Y naciones enteras de idólatras debían ser extermina-
das. Pero la ejecución de estas penas era dirigida por el que lee los
corazones de los hombres, que conoce la medida de su culpabilidad,
y que trata a sus criaturas con sabiduría y misericordia. Cuando los
hombres dominados por flaquezas y pasiones humanas emprenden