Página 77 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El diluvio
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La misericordia dejó de suplicar a la raza culpable. Las bestias
de los campos y las aves del aire habían entrado en su refugio. Noé y
su familia estaban en el arca; “y Jehová le cerró la puerta”.
vers. 16
.
Se vio un relámpago deslumbrante, y una nube de gloria más vívida
que el relámpago descendió del cielo para cernerse ante la entrada
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del arca. La maciza puerta, que no podían cerrar los que estaban
dentro, fue puesta lentamente en su sitio por manos invisibles. Noé
quedó adentro y los que habían desechado la misericordia de Dios
quedaron afuera. El sello del cielo fue puesto sobre la puerta; Dios
la había cerrado, y solamente Dios podía abrirla. Asimismo, cuando
Cristo deje de interceder por los hombres culpables, antes de su ve-
nida en las nubes del cielo, la puerta de la misericordia será cerrada.
Entonces la gracia divina ya no refrenará más a los impíos, y Satanás
tendrá dominio absoluto sobre los que hayan rechazado la miseri-
cordia divina. Pugnarán ellos por destruir al pueblo de Dios; pero
así como Noé fue guardado en el arca, los justos serán escudados
por el poder divino.
Durante siete días después de que Noé y su familia habían en-
trado en el arca, no aparecieron señales de la inminente tempestad.
Durante ese tiempo se probó su fe. Fue un momento de triunfo para
el mundo exterior. La aparente tardanza confirmaba la creencia de
que el mensaje de Noé era un error y que el diluvio no ocurriría. A
pesar de las solemnes escenas que habían presenciado, al ver cómo
las bestias y las aves entraban en el arca, y el ángel de Dios cerraba
la puerta, continuaron las burlas y orgías, y hasta se mofaron los
hombres de las manifiestas señales del poder de Dios. Se reunieron
en multitudes alrededor del arca para ridiculizar a sus ocupantes con
una audacia violenta que no se habían atrevido a manifestar antes.
Pero al octavo día oscuros nubarrones cubrieron los cielos. Y
comenzó el estallido de los truenos y el centellear de los relámpa-
gos. Pronto grandes gotas de agua comenzaron a caer. Nunca había
presenciado el mundo cosa semejante y el temor se apoderó del
corazón de los hombres. Todos se preguntaban secretamente: “¿Será
posible que Noé tuviera razón y que el mundo se halle condenado a
la destrucción?” El cielo se oscurecía cada vez más y la lluvia caía
más aprisa. Las bestias rondaban presas de terror, y sus discordantes
aullidos parecían lamentar su propio destino y la suerte del hombre.
Entonces “fueron rotas todas las fuentes del gran abismo y abiertas