Página 79 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El diluvio
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los impíos sabrán exactamente en que consiste su pecado: en haber
menospreciado su santa ley. Sin embargo, su arrepentimiento no
será más genuino que el de los pecadores del mundo antiguo.
Algunos, en su desesperación, trataron de romper el arca para
entrar en ella; pero su firme estructura soportó todos estos intentos.
Otros se asieron del arca hasta que fueron arrancados de ella por las
embravecidas aguas o por los choques con las rocas y los árboles.
Todas las fibras de la maciza arca temblaban cuando era golpeada
por los vientos inmisericordes, y una ola la arrojaba a la otra. Los
rugidos de los animales que estaban dentro del arca expresaban su
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miedo y dolor. Pero en medio de los revueltos elementos el arca
continuaba flotando con toda seguridad. Ángeles muy poderosos
habían sido enviados para protegerla.
Los animales expuestos a la tempestad corrían hacia los hom-
bres, como si esperaran ayuda de ellos. Algunas personas se ataron,
juntamente con sus hijos en los lomos de poderosos animales, sa-
biendo que estos eran tenaces para conservar la vida, y que subirían
a los picos más altos para escapar de las crecientes aguas. Otros se
ataron a altos árboles en la cumbre de las colinas o las montañas;
pero los árboles fueron desarraigados, y juntamente con su carga-
mento de seres vivientes fueron lanzados a las bullentes olas. Sitio
tras sitio que prometía seguridad era abandonado. A medida que las
aguas subían más y más, la gente huía a las más elevadas montañas
en busca de refugio. En muchos lugares podía verse a hombres y
animales que luchaban por asentar pie en un mismo sitio hasta que
al fin unos y otros eran barridos por la furia de los elementos.
Desde las cimas más altas, los hombres contemplaban un enorme
océano sin playas. Las solemnes amonestaciones del siervo de Dios
ya no eran objeto de ridículo y mofa. ¡Cuánto habrían deseado
estos pecadores condenados a morir que se les volviera a deparar la
oportunidad que habían menospreciado! ¡Cómo imploraban que se
les diera una hora más de gracia, otra manifestación de misericordia,
otra invitación de labios de Noé! Pero ya no habían de oír la dulce
voz de misericordia. El amor, no menos que la justicia, exigía que los
juicios de Dios pusieran término al pecado. Las aguas vengadoras
barrieron el último refugio, y los que habían despreciado a Dios
perecieron finalmente en las oscuras profundidades.