Página 80 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
“Por la palabra de Dios los cielos y también la tierra, que provie-
ne del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces
pereció anegado en agua. Pero los cielos y la tierra que existen ahora
están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en
el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos”.
2 Pedro
3:5-7
. Otra tempestad se aproxima ahora. La tierra será otra vez
barrida por la asoladora ira de Dios, y el pecado y los pecadores
serán destruidos.
Los pecados que acarrearon la venganza sobre el mundo an-
tediluviano, existen hoy. El temor de Dios ha desaparecido de los
corazones de los hombres, y su ley se trata con indiferencia y desdén.
La intensa mundanalidad de aquella generación es igualada por la
de la presente. Cristo dijo: “Pues como en los días antes del diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que
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vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del
Hijo del hombre”.
Mateo 24:38, 39
.
Dios no condenó a los antediluvianos porque comían y bebían;
les había dado los frutos de la tierra en gran abundancia para satisfa-
cer sus necesidades materiales. Su pecado consistió en que tomaron
estos regalos sin ninguna gratitud hacia el Dador, y se rebajaron
entregándose desenfrenadamente a la glotonería. Era lícito que se
casaran. El matrimonio formaba parte del plan de Dios; fue una
de las primeras instituciones que él estableció. Dio instrucciones
especiales tocante a esta institución, revistiéndola de santidad y be-
lleza; pero estas instrucciones fueron olvidadas y el matrimonio fue
pervertido y puesto al servicio de las pasiones humanas.
Condiciones semejantes prevalecen hoy día. Lo que es licito en
sí es llevado al exceso. Se complace al apetito sin restricción. Hoy
muchos de los que profesan ser cristianos comen y beben en com-
pañía de los borrachos mientras sus nombres aparecen en las listas
de honor de las iglesias. La intemperancia entorpece las facultades
morales y espirituales, y prepara el dominio de las pasiones bajas.
Multitudes de personas no sienten la obligación moral de dominar
sus apetitos sensuales y se vuelven esclavos de la concupiscencia.
Los hombres viven para satisfacer el placer de los sentidos; úni-
camente para este mundo y para esta vida. El despilfarro prevalece
en todos los círculos sociales. La integridad se sacrifica en aras del