Página 101 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La torre de Babel
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obra se detuvo. No había armonía ni cooperación. Los edificadores
no podían explicarse aquellas extrañas equivocaciones entre ellos, y
en su ira y desengaño se dirigían reproches unos a otros. Su unión
terminó en lucha y en derramamiento de sangre. Como prueba del
desagrado de Dios, cayeron rayos del cielo que destruyeron la parte
superior de la torre y la derribaron. Se hizo sentir a los hombres que
hay un Dios que reina en los cielos.
Hasta esa época, todos los hombres habían hablado el mismo
idioma; ahora los que podían entenderse se reunieron en grupos
y unos tomaron un camino, y otros otro. “Así los esparció Jehová
desde allí sobre la faz de toda la tierra.”
Génesis 11:8
. Esta dispersión
obligó a los hombres a poblar la tierra, y el propósito de Dios se
alcanzó por el medio empleado por ellos para evitarlo.
Pero ¡a costa de cuánta pérdida para los que se habían levantado
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contra Dios! Era el propósito del Creador que a medida que los hom-
bres fuesen a fundar naciones en distintas partes de la tierra, llevasen
consigo el conocimiento de su voluntad, y que la luz de la verdad
alumbrara a las generaciones futuras. Noé, el fiel predicador de la
justicia, vivió trescientos cincuenta años después del diluvio, Sem
vivió quinientos años, y sus descendientes tuvieron así oportunidad
de conocer los requerimientos de Dios y la historia de su trato con
sus padres. Pero no quisieron escuchar estas verdades desagradables;
no querían retener a Dios en su conocimiento, y en gran medida la
confusión de lenguas les impidió comunicarse con quienes podrían
haberles ilustrado.
Los constructores de la torre de Babel habían manifestado un
espíritu de murmuración contra Dios. En vez de recordar con grati-
tud su misericordia hacia Adán, y su bondadoso pacto con Noé, se
habían quejado de su severidad al expulsar a la primera pareja del
Edén y al destruir al mundo mediante un diluvio. Pero mientras mur-
muraban contra Dios calificándolo de arbitrario y severo, estaban
aceptando la soberanía del más cruel de los tiranos. Satanás trató de
acarrear menosprecio sobre las ofrendas expiatorias que prefigura-
ban la muerte de Cristo; y a medida que la mente de los hombres
iba entenebreciéndose con la idolatría, los indujo a falsificar estas
ofrendas, y a sacrificar sus propios hijos sobre los altares de sus
dioses. A medida que los hombres se alejaban de Dios, los atributos