Página 123 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Abrahán en Canaán
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necesitan reformarse; necesitan a Dios en sus hogares. Si quieren
ver un estado de cosas diferente, deben dar la Palabra de Dios a sus
familias, y deben hacerla su consejera. Deben enseñar a sus hijos
que ésta es la voz de Dios a ellos dirigida y que deben obedecerle
implícitamente. Deben instruir con paciencia a sus hijos; bondadosa
e incesantemente deben enseñarles a vivir para agradar a Dios. Los
hijos de tales familias estarán preparados para hacer frente a los
sofismas de la incredulidad. Aceptaron la Biblia como base de su fe,
y por consiguiente, tienen un fundamento que no puede ser barrido
por la ola de escepticismo que se avecina.
En muchos hogares, se descuida la oración. Los padres creen
que no disponen de tiempo para el culto matutino o vespertino.
No pueden invertir unos momentos en dar gracias a Dios por sus
abundantes misericordias, por el bendito sol y las lluvias que hacen
florecer la vegetación, y por el cuidado de los santos ángeles. No
tienen tiempo para orar y pedir la ayuda y la dirección divinas, y la
permanente presencia de Jesús en el hogar. Salen a trabajar como
va el buey o el caballo, sin dedicar un solo pensamiento a Dios o al
cielo. Poseen almas tan preciosas que para que no sucumbieran en
la perdición eterna, el Hijo de Dios dió su vida por su rescate; sin
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embargo, aprecian las grandes bondades del Señor muy poco más
que las bestias que perecen.
Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a
Dios deberían erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan.
Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar debería ser una
casa de oración, es ahora. Los padres y las madres deberían elevar
sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por
ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la
familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de la mañana y
de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en oración y
alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal.
De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor
debe expresarse en hechos. Debe manifestarse en todas las relaciones
del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y
desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica este
principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor
verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración
asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y