Página 122 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
El “mandará a su casa después de sí.” En Abrahán no se vería
negligencia pecaminosa en lo referente a restringir las malas incli-
naciones de sus hijos, ni tampoco habría favoritismo imprudente,
indulgencia o debilidad; no sacrificaría su convicción del deber ante
las pretensiones de un amor mal entendido. No sólo daría Abrahán
la instrucción apropiada, sino que mantendría la autoridad de las
leyes justas y rectas.
¡Cuán pocos son los que siguen este ejemplo actualmente! Mu-
chos padres manifiestan un sentimentalismo ciego y egoísta, un mal
llamado amor, que deja a los niños gobernarse por su propia volun-
tad cuando su juicio no se ha formado aún y los dominan pasiones
indisciplinadas. Esto es ser cruel hacia la juventud, y cometer un
gran mal contra el mundo. La indulgencia de los padres provoca
muchos desórdenes en las familias y en la sociedad. Confirma en los
jóvenes el deseo de seguir sus inclinaciones, en lugar de someterse a
los requerimientos divinos. Así crecen con aversión a cumplir la vo-
luntad de Dios, y transmiten su espíritu irreligioso e insubordinado
a sus hijos y a sus nietos. Así como Abrahán, los padres deberían
“mandar a su casa después de sí.” Enséñese a los niños a obedecer a
la autoridad de sus padres, e impóngase esta obediencia como primer
paso en la obediencia a la autoridad de Dios.
El poco aprecio en que aun los dirigentes religiosos tienen la
ley de Dios ha producido muchos males. La enseñanza tan genera-
lizada de que los estatutos divinos ya no están en vigor es, en sus
efectos morales sobre las personas, semejante a la idolatría. Los que
procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios están
socavando directamente el fundamento del gobierno de familias y
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naciones. Los padres religiosos que no andan en los estatutos de
Dios, no mandan a su familia que siga el camino del Señor. No
hacen de la ley de Dios la norma de la vida. Los hijos, al fundar
sus propios hogares, no se sienten obligados a enseñar a sus propios
hijos lo que nunca se les enseñó a ellos. Y éste es el motivo porque
hay tantas familias impías; ésta es la razón porque la depravación se
ha arraigado y extendido tanto.
Mientras que los mismos padres no anden conforme a la ley del
Señor con corazón perfecto, no estarán preparados para “mandar a
sus hijos después de sí.” Es preciso hacer en este respecto una refor-
ma amplia y profunda. Los padres deben reformarse. Los ministros