Página 121 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Abrahán en Canaán
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los seculares. Abrahán trató de perpetuar este sistema patriarcal
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de gobierno, pues tendía a conservar el conocimiento de Dios. Era
necesario vincular a los miembros de la familia, para construir una
barrera contra la idolatría tan generalizada y arraigada en aquel
entonces. Abrahán trataba por todos los medios a su alcance de
evitar que los habitantes de su campamento se mezclaran con los
paganos y presenciaran sus prácticas idólatras; pues sabía muy bien
que la familiaridad con el mal iría corrompiendo insensiblemente
los sanos principios. Ponía el mayor cuidado en excluir toda forma
de religión falsa y en hacer comprender a los suyos la majestad y
gloria del Dios viviente como único objeto del culto.
Era sabio arreglo, dispuesto por Dios mismo, el que consistía en
aislar a su pueblo, en lo posible, de toda relación con los paganos,
para hacer de él un pueblo separado, que no se contase entre las
naciones. El había separado a Abrahán de sus parientes idólatras,
para que el patriarca pudiese adiestrar y educar a su familia alejada de
las influencias seductoras que la hubieran rodeado en Mesopotamia,
y para que la verdadera fe fuese conservada en su pureza por sus
descendientes, de generación en generación.
El afecto de Abrahán hacia sus hijos y su casa le movió a resguar-
dar su fe religiosa, y a inculcarles el conocimiento de los estatutos
divinos, como el legado más precioso que pudiera dejarles a ellos
y por su medio al mundo. A todos les enseñó que estaban bajo el
gobierno del Dios del cielo. No debía haber opresión de parte de
los padres, ni desobediencia de parte de los hijos. La ley de Dios
había designado a cada uno sus obligaciones, y sólo mediante la
obediencia a dicha ley se podía obtener la felicidad y la prosperidad.
Su propio ejemplo, la silenciosa influencia de su vida cotidiana,
era una constante lección. La integridad inalterable, la benevolencia
y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la admiración
de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una
fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a
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todos que Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba
siquiera al más humilde de sus siervos. En su casa no había una ley
para el amo, y otra para el siervo; no había un camino real para el
rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados con justicia y simpatía,
como coherederos de la gracia de la vida.